Palabras de elogio del poeta César López en el acto de otorgamiento del Premio Nacional de Cine 2006 a Enrique Pineda Barnet


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Pineda, Pineda.

Amigos, esta noche, como si fuera César Vallejo, “voy a hablar de la esperanza”.

Porque Enrique Pineda Barnet, desde siempre, significa la esperanza.

La primera instancia de esta convocatoria es, desde luego, el nombre materno. Esperanza. Mantenida siempre, compañía engendradora. Porque el creador que hoy recibe y nos brinda este merecido premio, como poeta puede decir con el poeta: “Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar”.

La nieve casaliana que se inventa en la Isla, que ha superado su momento, largo camino anduvo, de nuevo en la poesía, para llegar hasta aquí. El niño actor, el juvenil cuentista, el dramaturgo sagaz, el cineasta inquietante.

En el principio era el verbo que se fue transformando en movimiento. Si no lo era ya. Los cuentos para antes de un suicidio no llevan a la desesperación del acto, lo preparan más bien para la vida. Es maestro, casi un primer maestro en la Sierra, cuando resultaba urgente y necesario. Impetuoso el poeta de la imagen acude y permanece fiel y descalzo… “¡Se parece a los retratos de tu niña!”. Dijo: ¿Es de cera? ¿Quiere jugar? ¡si quisiera!... ¿Y por qué está sin zapatos?...” El maestro conoce sus textos y supera la enseñanza y el juego como José Martí… “¡oh, toma, toma los míos: yo tengo más en mi casa!...” Y así, con los pies en la tierra como sus iniciales alumnos, imparte las clases. Luego, en marcha “al coloso de hierro cercano”, necesario y obligatorio, Enrique Pineda Barnet dirige un central azucarero. ¿Podéis imaginarlo? Al duro mapa de azúcar quiere arrancarle el olvido. Está preparado para participar erguido, como diplomático, en la reunión de Punta del Este, en Uruguay. Su cubanía continúa imponiéndose. Y como consecuencia poética entra definitivamente en la cinematografía.

Imposible soslayar el guion, junto a Eugenio Evtushenko del filme Soy Cuba, tan sorprendente y discutible, y hasta rechazado, en su época. Ahora elevado a la categoría de culto, mito, paradigma. Enrique Pineda Barnet se ruboriza y promueve una reflexión amparado por el tiempo, el espacio y la belleza. Y a la vez hace un guiño discreto al libreto de Crónica cubana.

Ronda insular, historia, belleza comprensiva, lo llevan a escoger su andar sostenido en la ética y estética de su compromiso.

Más allá de infinidades de aportes a todo lo referido al cine, podríamos detenernos en varios momentos obligatorios de su labor.

La fantasía y el mito conjuntamente le permiten un acercamiento cinematográfico al ballet, ir de lo romántico a lo clásico ya y engarzarlo todo en joya de indudable cubanía. Cuando Alicia Alonso ha encontrado la mejor manera de expresar leyenda y personaje, Pineda Barnet busca fijarla en el tiempo y superar el espacio. El movimiento eleva los tonos de blanco y negro hasta la apoteosis de la danza. El arte se ha vuelto inevitable, constante. Y además, nos ha dejado la maravilla del testimonio, la propia historia del baile, sus figuras; junto a Alicia sostienen la cultura distinta y asimilativa de la Isla: Mirta Plá, Aurora Bosch, Josefina Méndez, Loipa Araujo… sin olvidar al maestro Fernando Alonso ni a Menia Martínez, entre tantos otros captados por el director de la cinta.

Luego vino David, todavía en blanco y negro, el joven héroe captado en su personalidad y su carácter, rastreado por las calles de Santiago de Cuba, asesinado y trémulo en la historia, comprendido e incomprendido a la vez por quienes lo rodeaban, e inserto en un paisaje trascendido que trae reminiscencia del bosque de La Habana, el Almendares, su río, su país, su sangre; como sostuviera la gran poeta Dulce María Loynaz. El contrapunto más profundo y revelador acompaña las opiniones vertidas en el filme y el gentil agradecimiento del autor a la obra de Alfaro Siqueiros, en la plástica, y a Harold Gramatges, en la música, vibran en cada minuto de la película y parece que Pineda Barnet, aun sin explicitarlo, comparta el aserto del Salmista: “Tú, Señor, eres fiel con el que es fiel. Irreprochable con el que es irreprochable, sincero con el que es sincero, pero sagaz con el que es astuto. Tú salvas a los humildes, pero fijas en los orgullosos y los humillas”.

Manera de ver, plasmar, para no juzgar vanamente, sino para comprender con justicia y amor. Este es el resultado de esa obra, que habría que ver más y agradecer todavía más a Enrique Pineda Barnet.

Mella es de 1975 y constituye una obligación patriótica y moral que trae a la mente a otro poeta, José Lezama Lima, cuando marcha al lado del héroe también asesinado por las bestias. Julio Antonio Mella es interpretado por Sergio Corrieri en otra actuación inolvidable, esta vez acompañado por Norma Martínez como Tina Modotti, luchadora recreada por Pablo Neruda en un poema. Después, algo después de ser testigo de la infamia: “Tina Modotti ha muerto”. Son los momentos de una lucha constante, que forjan voluntad y sacrificio de un joven de elevado temple, captado por el cineasta para su mejor comprensión. No en balde Gabriel García Márquez afirma que es “el filme más audaz e inquietante de todo el cine latinoamericano actual”.

Y el cuarto momento que quiero traer ahora a la memoria es el del color del melodrama, con música y en la música, que no soslaya la situación que vive el país en aquel momento, pues siempre Pineda Barnet está pendiente de la historia, ya inmerso en ella. La bella del Alhambra. Recuerda, vive, recrea una época. Parte del texto de Miguel Barnet, su primo; y penetra en nuevas contradicciones sin abandonar la gracia que lo caracteriza. Más allá de la nostalgia que puede invadir la memoria de ascendientes y abuelos, esta obra de arte aporta la recreación perpetuada de unos tiempos, una ciudad, una vida. Con fidelidad al género, a veces tan vilipendiado. La aceptación de este filme coloca a su realizador en el sitio que se había ganado con su trabajo constante; y solo nos sorprende este silencio posterior, no imputable a él, desde luego, que nos hace a todos desesperar esperando la aparición de una nueva película.

Nos hemos limitado a cuatro títulos por razones de espacio y discreción, lo que no quiere decir que la obra de Pineda Barnet se limite a los títulos citados. Tiempo  de amar, Che y Aquella larga noche (de la cual opinó Alejo Carpentier que se trata de “una película extraordinaria, que mueve a la reflexión”), y múltiples cortos documentales y de ficción completan este intenso panorama fílmico, donde aparecen más poetas, como Nicolás Guillén y Virgilio Piñera. Por todas estas cosas estamos aquí esta noche, y por muchas más.

Y como habíamos comenzado con la poesía, con el poeta, con la obra y con la vida, permítaseme terminar de igual forma y otra vez con César Vallejo quien podría prestar sus palabras al grande, querido, admirado, Enrique Pineda Barnet. Diría el poeta, repetiría el poeta (y con cuánta razón):

“¡Señores! Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas.

¡Concedido, Enrique, concedido! Y, con permiso tuyo, por tu obra y este reconocimiento, nosotros somos felices también. ¡Concédenoslo!”

La Habana, 24 de marzo de 2006

(Tomado de la revista Cine Cubano, nro. 159)

 

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