Mi gratitud para Enrique Colina, la gratitud de muchos


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La Revolución cubana desarrolló una primera gran epopeya cultural en el año 1961, la campaña de la alfabetización. Comunidades enteras de todas las regiones del país alejadas de los centros urbanos fueron sacadas del ostracismo y puestas en el mapa de la nación. No fue el empeño por materializar una conquista, se trató de anclar un esencial principio: el ser humano en el centro de todo.

Los más recónditos parajes de la geografía cubana fueron tomados por adolescentes y jóvenes que abandonaron la ciudad para compartir y multiplicar el gusto por la palabra impresa, para desgranar sus más delgados códigos y sentidos. Y claro está, para ampliar horizontes y sueños. En toda esta gesta se materializó la solidaridad como llano ejercicio social, que ha de primar siempre, entre compatriotas.

Después ocurrió un acto simbólico, sin dudas revelador. Una mítica señal avizoró los futuros cauces de la cultura cubana de la Revolución: la impresión de miles de ejemplares de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, la gran obra literaria de Miguel de Cervantes y Saavedra.

Este acto genuino sirvió de punto de partida y pensada marea que sentó las bases para la edición e impresión de los más importantes libros de autores cubanos y universales, cuyas colecciones estuvieron a cargo del editor y ensayista Ambrosio Fornet.

¿Cuánto le debemos a este humilde hombre que nos entregó con esmero, esenciales títulos de obras virtuosas? ¿De cuánto agradecimiento nos debemos apertrechar, para corresponderle a este cubanísimo que nos ensanchó los horizontes, al edificar un altar de encumbradas palabras? Le debemos mucho.

El cine también tomó los recónditos parajes de la geografía cubana. Desde los pilares de la Cinemateca de Cuba, fundada y dirigida por Héctor García Mesa, se desató otra ofensiva cultural. Era el tesón por socializar en las muchas “zonas de silencio” de la isla los clásicos del cine universal y la incipiente producción de la cinematografía cubana, labrada al calor de la creación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), presidida en su etapa fundacional por el intelectual Alfredo Guevara.

Nació en aquellos años el Cine móvil. Camiones adaptados para los desafíos de circunstancias agrestes, pantallas portátiles y proyectores de 16 milímetros, fueron parte de los actores de repetidas cruzadas que tomaban cada zona rural apertrechados de un arte deslumbrador.

En aquellas telas de mágicas texturas afloraban personajes sacados del ingenio, la sabia y el talento que solo la cultura construye. Se desataban entonces las más impensadas emociones, los más delgados diálogos con personajes puestos en los albores de lunas inquietas.

La pieza documental Por primera vez (Cuba, 1968) de Octavio Cortázar documentó la virtud de esa aventura protagonizada por anónimos gestores culturales. Todos ellos, dispuestos a desatar los andares que entrañan el apropiarse de caseríos, el tomar tercos pedregales y empinadas cuestas. Impulsados por una misión, hacer llegar los poderes del cine a pupilas permeadas por el basto amanecer de intrincadas historias, donde la oralidad es esencial arte de la comunicación.

La política cultural del Icaic no se limitó solo a programar piezas en los cines de ciudades y de estos improvisados escenarios de idas y vueltas. También ensanchó gustos en torno a creadores, estéticas y corrientes que significaban a los clásicos, parte sustantiva de los anaqueles del patrimonio cinematográfico cubano y universal.

Esa suma de grandes obras fue llevada también a la Televisión Cubana. La base de esta idea, multiplicar el alcance de sus más virtuosos atributos ideoestéticos a toda la sociedad, para formar hábitos de consumo cultural. Era esencial el dialogo con los lectores audiovisuales para cimentar en la sociedad una mirada renovadora, muchas.

Se plantó entonces otra semilla que contribuyó a la formación del gusto estético por el cine de probados valores, de renovados aciertos narrativos y esenciales saberes, sin dudas vitales para el desarrollo de la nación.

En 1968 se funda el programa televisivo 24 X Segundo, que por más de 30 años dirigió y presentó el cineasta y crítico Enrique Colina. Un espacio semanal de corte didáctico que este gran hombre de la cultura cubana supo comunicar al público, que entendió y socializó lo esencial que resulta el consumo del arte desde la praxis de la formación y el conocimiento.

Colina desgranaba cada filme y sus protagonistas desde la sencillez de la palabra. Estableció un dialogo de cercanía y altura intelectual, soportada por sustantivos argumentos nacidos de los anclajes de sus saberes. Su condición de cineasta le permitió no solo compartir las bases teóricas del cine, también los desafíos que entraña su realización.

Encaraba una puesta en escena de sobrias envolturas en cada presentación, desde el arte de narrar como vital fortaleza de su retórica televisiva. Se alzaba cercano a los hogares de nuestra isla, impregnando maestría, la de un hombre dispuesto a compartir sus más profundos conocimientos.

Seducía al espectador con una argumentación encendida y cómplice, amaba el cine e irradiaba ese sueño. Las claves: aprender de los misterios del séptimo arte, socializar sus más delgadas estructuras ideoestéticas. Nos aportaba también las más vistosas herramientas, capaces de revelar las trampas de la cultura colonizadora.

Construyó ensayos televisivos cimentados en la mediación crítica del arte cinematográfico. 24 x Segundo se edificó como una escuela pública de la cultura cubana. Varias generaciones le debemos a Enrique Colina la pasión por el cine. Su obra de magisterio cinematográfico fue una vital contribución a la formación de públicos.

Colina nació el 27 de abril de 1944, se licenció en Lengua y Literatura Hispánicas y Francesa en La Universidad de La Habana. Desarrolló una importante filmografía documental, muchas de sus obras son de una probada factura conceptual y de acabados valores cinematográficos. Estética (1984), Vecinos (1985), Más vale tarde…que nunca (1987) y Chapucerías (1988) son parte de sus antológicas entregas. Su obra denota una subrayada preocupación por las evoluciones de la sociedad y los pilares educativos que sustentan las fisonomías de su desarrollo. Constituyen obras de alto valor sociológico donde personajes anónimos resultan sus reiterados intérpretes.

Ejerció una importante labor como profesor de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños y de la Facultad de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte (Universidad de las Artes de Cuba), que resultó una extensión de su magisterio audiovisual.

Impartió renovados cursos y talleres de realización de cine en diferentes Universidades de Francia, España, Colombia, Canadá y Marruecos, entre otras naciones. Desarrolló, también, una sistemática labor como articulista de cine. Muchos de sus textos están incluidos en la Revista Cine Cubano, fundada por el Alfredo Guevara en el año 1960.

El fallecimiento de Enrique Colina, la tarde de este 27 de octubre de 2020, constituye una gran pérdida para la historia de la educación y la cultura en Cuba. Su contribución es inobjetable. Mi gratitud para Enrique Colina, la gratitud de muchos.


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