Martínez Celaya: “El que yo sea cubano siempre vive conmigo”


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Lirismo, nostalgia, añoranza, son palabras que frecuentemente emplea la crítica al analizar la obra de Enrique Martínez Celaya, versátil y prolífico artista muy demandado desde hace algún tiempo en los circuitos internacionales de arte, cuya obra se expone por estos días en La Habana, ciudad en la que nació y abandonó junto a sus padres cuando apenas tenía siete años de edad.

Puerto Rico, España y Estados Unidos, donde reside actualmente, han servido de escenario a la formación de quien en su juventud alcanzó un doctorado en Física y que ahora, a propósito de la presentación en el Museo Nacional de Bellas Artes de su muestra titulada “Los muertos hablan al alba”, confesó a la prensa:

“Quizás por la dislocación de moverme de un país a otro, sentía que no entendía muy bien cómo funcionaba el mundo. Yo leía para tratar de entender mejor y la Física tenía esa promesa de que uno podía entender el mundo a través de ella. Pero cuando estaba haciendo mi doctorado también estaba haciendo una maestría en Arte y al principio de mi carrera dividí mi vida entre ser científico y artista.”.

Interiores de viviendas habaneras que, pintados al carboncillo, sirven generalmente de fondo a centradas figuras al óleo de niños o animales envueltos en una atmósfera un tanto surrealista, es lo que puede apreciarse hasta el próximo 5 de mayo en las ocho obras de gran formato que se exhiben en la Sala Transitoria del segundo nivel del Edificio de Arte Cubano.

“Siempre cuando me entrevistan hago el juego de decir que no hay nada autobiográfico en mi trabajo. Claro, es una mentira. Sí hay, pero no quiero que se entienda que mi trabajo acaba en la biografía. No es mi interés, aunque muchas veces es el punto de partida y hay en estas pinturas muchas citas muy biográficas, personales; de la historia mía y de gente que he conocido.

Están aquí en una posición de inversión con lo que hago. O sea, las pinturas nunca pueden ser acerca de pinturas o a cerca de ideas distanciadas. Siento que tengo que estar involucrado de tal forma que lo que haga valga la pena; que lo que haga, la inversión del esfuerzo, merite dedicarme completamente a ella y, la forma que tengo de hacerlo, es asegurándome que tiene algún tipo de enlace emocional conmigo. Entonces así ya sé que no puedo trivializar la pintura”.

Antes de esta visita a Cuba, realizó una de carácter familiar cuando tenía quince años de edad y, mucho después, regresó en 2019 invitado a participar en el proyecto Detrás del Muro de la XII Bienal de La Habana.

“Pero ahora volví con mucha más conciencia de que volvía. En realidad, la preparación de esta exhibición fue una preparación para el retorno. Estaba pintando, pero también estaba preparando la vuelta para acá. Y hasta hice cosas que nunca había hecho: la pintura que está al otro lado de la pared tiene una cita de Wifredo Lam hecha en carboncillo. Pues nunca he hecho eso, no pueden encontrar alguna pintura mía donde haya una cita”.

Muchas son las expectativas que despertó en Martínez Celaya este regreso a Cuba con una exposición personal en el MNBA. La primera que mencionó al preguntársele, fue la de constatar cómo puede fluir la comunicación entre su obra y sus ideas acerca del arte, con las de los artistas cubanos que radican en la Isla.

“Es imposible para mí no involucrarme emocionalmente con esta exhibición de una forma muy diferente a una exhibición en Estocolmo o Alemania. Desde los siete años que me fui y por los últimos 52 años, me han preguntado “de dónde eres” y he dicho “de Cuba”.

Es muy diferente llegar aquí y estar hablando con ustedes. Ya esa pregunta no existe, pues soy cubano, estoy hablando con cubanos y eso hace una diferencia vital en mi respuesta a este trabajo y en mi respuesta a estar aquí”.

Gracias al donativo hecho por la Fundación Los Carbonell, coauspiciadora de la muestra, en el Museo Nacional de Bellas Artes quedará, como indeleble huella de este acontecimiento, la pieza “Lo que queda por contar”, título que parece sugerir futuros reencuentros con un artista que, pese a la distancia y al paso de los años, afirma categórico:

“El hecho de que yo sea cubano siempre vive conmigo. Vive a través de cómo miro las cosas, lo que balanceo; en la historia que tengo, mi preocupación con la memoria, el tiempo, la dislocación…”

 


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