María Virginia y yo


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María Virginia y yo, un texto de Sindo Pacheco, publicado por la Editorial Capiro, es el título que este noviembre propone El Libro del Mes. El volumen fue presentado este martes en la sede del Instituto Cubano del Libro por su autor; el editor y director de Capiro Geovannys Manso; así como los escritores Alina Iglesias y Enrique Pérez Díaz.

Cubaliteraria propone un artículo de Pérez Díaz referido a María Virgina… y su autor.

Corría el año 1994, pleno período especial, pero los escritores confiábamos más que nunca en nuestra obra. Era una tabla de salvación contra el olvido, la desesperanza, el horizonte gris que a veces se nos dibujaba, sin libros, posibilidad de darnos a la luz y reverdecer las ilusiones.

La noticia de que un señor llamado Gumersindo Pacheco había ganado el Premio Casa de las Américas con una novela titulada María Virginia está de vacaciones, en la modalidad de libros para niños y jóvenes, me sorprendió sobremanera.

Por aquel entonces era presidente de la sección de Literatura Infantil y Juvenil de la Uneac y no tenía a aquel espirituano registrado entre mis soldados defensores de la LIJ. Pero justamente sería el presidente de la Asociación de Escritores, Francisco López Sacha, quien primero me hablara de Gume. Lo hizo con su entusiasmo proverbial, su magnífica prosapia, ese encanto suyo, para en una simple conversación, hilvanar las palabras de modo tal que parezcan la mejor de las lecciones, de esas clases que no se olvidan nunca y que nos marcan por siempre.

Pocos meses después, en un encuentro de crítica e investigación de LIJ de los que organizaba otro escritor de nuestras lides, el infatigable presidente de la Uneac espirituana, Julio M. Llanes, tuve la oportunidad de conocer al famoso Gume.

Era un guajiro natural, alto, bullicioso, sanguíneo, efervescente, lleno de frases incorporadas desde su infancia, con un anecdotario vital digno de su admirado Tom Sawyer, portador de una filosofía existencial en la cual el derecho a elegir predomina, sobre todo si eres joven y sueñas con llegar al mundo para entenderte con los demás.

Estar junto a él me hizo sentirme en el vórtice de un huracán que no se detenía nunca. Iba de un sitio al otro, hablaba con todos y de todo. Discursaba sobre el café con las camareras o un postre esperado o una sopa fría y una ensalada sin sal. De buenas a primeras, mencionaba alguna lectura que le marcó, hacía anécdotas de sus escapadas y pandillas escolares y de repente sacaba una hipodérmica y se inyectaba insulina en el vientre.

Al instante el hechizo de su palabra jocosa, cubana, natural, enfática, ocurrente y llena de aparentes disparatadas situaciones, hizo presa de mi entusiasmo. Escucharle leer capítulos enteros ante un auditorio seducido por la acción de su novela, sus devenires y avatares, me fueron conquistando y, sin conocer el resto de su obra, llegué a admirarle. En aquel espacio, todos hacían ponencias sobre Sindo. De hecho un amigo comentó que aquel evento era un “sindosio”.

Al instante me percaté de que aquel hombre venía con un discurso nuevo para LIJ, no conocía ataduras, se reía de todo, iba por su propia senda y su novela, que me confió con afecto y naturalidad, para nada recordaba a otro libro (cubano o extranjero) que yo hubiera leído antes. Era un argumento que te electrizaba al momento. Sus personajes tenían tal fuerza que te ibas de su mano confiado, seguro, feliz.

Entrevisté a Gume, pero aquella conversación nunca se publicó en mi entonces centro de trabajo (Revolución y Cultura) pues la revista dejó de aparecer durante años enteros. La entrevista vendría a ver la luz muchos años después en la recopilación Los que escriben para niños se confiesan.

Debo confesar, después de tantos años, que si me enamoré al instante de María Virginia y en alguna medida caí bajo el influjo de su autor (una mezcla feliz del inefable Ricardo y su partner Mariano Jesusón) ese amor pervive todavía. María Virginia cambió mi vida. Leyéndola vi cuanto era posible hacer en un libro, cuantos dislates, mudas, parlamentos, trasegar del lenguaje y situaciones imposibles podía permitirse un autor si de veras encontraba el anhelado camino de un estilo original al escribir su libro. Siempre se me había criticado cierto «aire serio» o «tono triste»en mis historias para niños. De hecho en aquella época solo había publicado ¿Se jubilan las hadas? y aunque Inventarse un amigo ya había sido premiado con La Edad de Oro, Gente Nueva lo guardó celosamente, inédito, durante mucho tiempo. Debo confesar hoy que si alguna vez pude escribir Escuelita de los horrores o su precuela Los trenes de la noche (y luego el resto de esa serie), fue porque ya había paseado por toda Cuba de la mano de Gume y sus personajes. María Virginia y Pacheco abrieron mis horizontes. Me enseñaron a ser pleno. A soltar ataduras en el estilo. A encontrar la originalidad y permitirme cualquier tipo de libertad que antes me parecía imposible.

El fluir del libro, su narrativa, esa soltura de la palabra y las situaciones que llegan de modo coherente y natural y en donde jamás atisbas costura alguna en el oficio de la escritura, me dieron una clase magistral que nunca olvidaré.

Mi gran amiga Emilia Gallego, miembro del jurado que concedió el premio, una lectora ávida y difícil de complacer, me dijo entonces que la escritura de María Virginia (y por ende la de Gume en general) revelaba a un gran autor, un auténtico creador que no piensa en escribir para la infancia sino en hacer literatura, dicho en mayúsculas.

Y ese parece ser el misterioso secreto que acompaña a este libro, el modo en que su autor nos da ese oficio suyo bien ganado desde la autenticidad del día a día y del ser uno mismo, sin afeites, prescripciones, modas y modos ajenos y con una inspiración a prueba de cualquier mortal aburrimiento.

El desparpajo respetuoso, el idealismo inmanente de esos personajes que atraviesan media isla para llevar una carta de amor que será entregada en mano al objeto de adoración de Ricardo —quijotesco joven que hace de María Virginia su Dulcinea de los imposibles—. La gracia de su fiel escudero Mariano Jesusón, portador de mil virtudes e innumerables defectos que lo hacen el mejor de los alter egos posibles para cualquier personaje.

La forma en que los adolescentes irrumpen en el mundo de la adultez irrespetando normas obsoletas y asfixiantes y rompiendo cánones absurdos, los hacen seres auténticamente revulsivos y liberadores. Esta es una literatura capaz de seducir a cualquier joven lector (y hasta no lector). Una literatura que te golpea por su fuerza y autenticidad. Que no te deja indiferente. Que te seduce. Te arrastra subyugadora. Vulnera tus estructuras y te formatea el disco duro de tus gustos, costumbres o apreciaciones literarias.

La cubanía bien ganada de este libro es otro de sus dones incorruptibles pese al tiempo. De la mano de María Virginia y yo (En la luna de Valencia y Está de vacaciones) uno recorre la Cuba genuina, auténtica, proverbial y nunca tan bien contada. Leyendo o releyendo esta novela, además de la exaltación de la felicidad que solo produce una auténtica joya, se gana un pasaporte a la adolescencia interminable, con sus anhelos y asombros, la pasión iconoclasta, el susto, la incertidumbre, muchos miedos, ilusiones, remembranzas, juicios absurdos y esa dote de libertad eterna nunca violada por regla social alguna que nos permite ser como somos, asumirnos como los más felices y soñar con aquella aventura imposible de que un buen día podremos cambiar el mundo.


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