La literatura siempre va a ayudarnos a encontrar la paz


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Vasily Mendoza, (La Habana, 1976). Es narrador, poeta y ensayista. Por su labor literaria ha recibido múltiples reconocimientos, el Premio de novela corta Emilio Ballagas, Premio Fundación de la Ciudad de Sta. Clara y Premio Nacional de Narrativa Eliseo Diego, Ciego de Ávila, entre otros. Cumplió misión internacionalista en la República Bolivariana de Venezuela.

A Vasily, que además, es graduado de Artes Plásticas, también le apasiona dibujar para los niños y hacerlos felices, según nos cuenta en este diálogo. Ha publicado varios libros para colorear: El jolgorio de las ranas, Colorisoñando, El castillo de arena y Una mentira muy gorda…entre otros.

Es un placer que me haya concedido esta entrevista a la que accedió amable y rápidamente.   

¿Cuándo comienza tu vida de escritor? ¿Cuál es tu primer texto? ¿Cuál tu primera publicación? ¿Obras publicadas y premios?

Mi vida como escritor comenzaría siendo niño, imitando a un Martí que veía en las imágenes y en la Televisión. Quería escribir como él y para ello hacía plumas e inventaba tintas con las que escribir sobre la esclavitud y otras cosas. Recuerdo que algo leía de Martí, pero no las entendía. Solo las vivía como si fueran propias, escritas por mí, como si me fueran muy familiares. La poesía me agarró de golpe. Era yo su esclavo, entonces. Y llenaba libretas de poemas que corrían vertiginosos. No sé cómo salían tantos y con tanta furia. Me daba miedo, porque no era yo quien escribía. Eso me dio tanto miedo que terminé rompiendo todas esas libretas. Ya con 17 años, un amigo escritor de Ciego de Ávila, me prestó su máquina de escribir y ahí hice mis primeros textos que otro escritor, ya fallecido, Ángel Lázaro Sánchez «Barquito» me revisó y me alentó a seguir escribiendo.

Eso me llevó mucho trabajo, pues algo interior me decía que estaban terribles. Y así era. Al cabo de los años lo leo, y me siguen desencantando. Eran cuentos, o casi cuentos. Después vino una etapa de dedicarme a la música y al teatro y no fue hasta ya con veinte años casi que mi amiga Yamilé Tabío Rodríguez me fue dando herramientas narrativas hasta armarme o construirme como narrador. Soy su producto en el mejor sentido de la palabra.

Ella, con su sapiencia y paciencia, me revisaba cada cuento y hacía que cada revisión fuera un día de clases. Aprendí de todo, con ella. Fui su Pinocho literario. Después, otro amigo, que llevaba una especie de revista en la diócesis avileña se interesó por unos cuentos breves míos, finalistas de un concurso avileño, y me los publicó allí. Esa es mi primera publicación. Gracias a ello, pude cumplir el sueño primero de todo escritor, ver su nombre en tintas y para casi todo el mundo. Después, Yamilé Tabío me armó un libro de cuentos, Mi primera persona, y lo mandamos al premio Fundación de la ciudad de Santa Clara, y obtuve el galardón. El libro se publicó en el 2019. Mi primer libro, de verdad. Después Yamilé dejó la provincia para irse a otros lares y yo seguí escribiendo y publicando.

Incursionas en varios géneros literarios. ¿Cómo asumes cada uno de estos géneros? ¿Hay influencia de uno sobre otro? ¿En cuál te sientes más cómodo? ¿Tienes preferencia por alguno? ¿Cuál?

Los géneros literarios se me dan como la misma obra. Por sí solos. Siempre se me ocurre la primera línea y ahí va el texto entero una vez que lo comienzo a escribir. Cuando no lo escribo, lo pienso y pienso hasta el cansancio en una especie de escritura mental que luego se tránsfuga a la palabra, y de ahí a la página. En un inicio quería ser poeta. Vivía la poesía a la que abandoné hasta que, muchos años después, ante la ciudad de Acarigua en Venezuela, la poesía vino para salvarme de volverme loco. Y siguió saliendo de mi mente con el mismo vértigo de años atrás. Todo entonces me resultaba poético. Todo se volvía imagen y metáfora. Todo era verso y angustia. Así viví esos dos años de misión en aquella entrañable ciudad que me dio más de un amor, y un libro aún inédito de poesía. Ya no he vuelto a la poesía. Parece que ya las angustias se acabaron para mí.

En la novela no me he sentido mal, pero es trabajosa y lleva una disciplina que en alguna medida no poseo. La pienso mucho y de tanto pensarla se me diluye entre las más de 100 000 neuronas que poseo. Pero me gusta porque me da libertades. Muchas. Por ahí tengo una a medio empezar, Eva sola, que todavía no termino, a pesar de que la tengo todita en mi cabeza, como si no fuera mía. Ahora el ensayo se ha vuelto una obsesión. Porque el ensayo es pensamiento y es algo que me gusta mucho hacer. Y la crítica de arte, mucho más. Mi pensamiento es polémico desde siempre. Y eso es favorable al ejercicio de la opinión. También las vivencias que he tenido han sido el mejor terreno para construirme como crítico, porque lo que pudiera saber, en materia de arte, lo he vivido. Y he vivido gracias a eso, también. Con el cuento tengo aún mis cuentas pendientes y muchos libros inéditos esperando a que llegue el tiempo para publicarse.

¿Cuáles son tus escritores fundamentales, los que en tu opinión han marcado tu obra? ¿Cuáles son tus escritores preferidos?

Cuando Yamilé Tabío me dio a conocer a Borges, supe que la vida comenzaba y terminaba en él. Ha sido más que fundamental. Ha sido mi sostén. Después vinieron autores como Cortázar, Rulfo, Chéjov y Mauppassant. De este último, quise tomar la frugalidad literaria. Era un escritor que publicaba todo lo que escribía, y así eran dos o tres novelas más dos o tres libros de cuentos por año. Siempre quise ser así. Pero no pude, por supuesto. Con el paso del tiempo he ido incorporando otros autores como José Soler Puig que me enseñó a vivir lo que escribía, y a escribir lo que vivía. Porque Soler es un gran novelista vivencial. Yo tenía miedo de que la policía batistiana se metiera en mi casa mientras leía Bertillón. Y olía el pan que horneaban de madrugada en El pan dormido. Porque es una forma muy hermosa de hacer literatura y de vivir de ello. Cuando en el primer taller de técnicas narrativas, allá por 1998, antes de ser Centro de formación literaria Onelio Jorge Cardoso, no sabía quién era Dostoievsky, y gracias a esos varios meses de vivir la narrativa, me pude leer Crimen y castigo, de tal manera que terminé condenado a la Siberia como Raskolnikov. Es genial. Tuve que recurrir a los amigos de toda Cuba para hacerme de todos los libros, en papel, de Dostoievsky. La mejor colección de mi vida. A pesar de que son traducciones al castellano, algunas muy malas. Y que hacen que uno no se lea al verdadero autor, sino, a su peor o mejor copia.

Un día descubrí, no recuerdo cómo, a la Patafísica, y ya para entonces en mí, escritor, todo cambió.  El mundo literario se me hizo más divertido y Borges se quedó a oscuras. Escribir se hizo más que grandioso, un paseo divertido. Un fin de semana en compañía de los mejores amigos. Tarde para dos a la luz de un farol. Así me lo hicieron ver Raymond Quenau y el gran Boris Vian. Genial, sencillamente. Y quedé en esa orilla, a la espera de que algo mejor me suceda en la vida.  

En la actualidad me atrapan autores como Stephen King, de quien tengo todos sus libros y un barcelonista llamado Francesc Miralles que me atrapa por su buen ritmo y su interesante forma de contar historias. Siempre he pensado que una buena historia tiene que ser, por obligación, interesante. Interesante como quería Rubenstein, que atrapa mi interés y me obliga a no dejarla ir hasta que se acabe. Y eso me ocurre con este aún joven autor. Que también es músico. Pero en esencia, mis escritores favoritos son aquellos que me han marcado en mi carrera. Me han aportado. Ahí también estaría Carpentier, Joyce, con su Ulisses, que me leí hermosamente antes de leerme Paradiso; y está también García Márquez, una fácil influencia literaria para cualquiera por lo sublime de su prosa y su labialidad.

¿Estás escribiendo en estos momentos? Cuéntanos sobre tus futuros proyectos editoriales.

Estoy escribiendo crítica de arte, artículos de opinión. De alguna manera, con este pseudo periodismo que estoy ejerciendo ayudo a que mi realidad artística, esa que me rodea y que es parte del terruño donde vivo, se conozca. Es importante que el mundo conozca lo bueno que sucede alrededor de uno. Y que la calidad se imponga. Intento ser cada día mejor en lo que escribo para levantar la polémica y crear otras matrices de opinión.  

La gente, de alguna manera, me dice que agradece mis escritos. Sobre todo los artistas. Porque así ven que no han creado en vano, que ya han dejado una huella en la historia de la cultura cubana, avileña,  a través de mis críticas. Eso me gusta. Lo seguiré haciendo en el futuro. No tengo proyectos editoriales. Creo que solo los tuve cuando comencé a escribir. Pero  no quisiera dejar de la mano los libros para colorear que de vez en vez hago en colaboración con otros escritores. Es algo que me gusta. Es algo en lo que me siento bien.  

Me apasiona también dibujar para los niños y hacerlos felices. Así soy útil. He publicado ya varios libros para colorear en la editorial Ávila. El jolgorio de las ranas, con Dania Sorí, Colorisoñando con Reina Torres Pérez; Daniela y el castillo de arena, Una mentira muy gorda… ambos con Eduardo Pino; La casa patas arriba con Masiel Mateos Trujillo, y Canción para dormir a un elefante, con Mayda Batista.

¿Cómo estas enfrentando estos momentos de crisis por la situación de la pandemia? ¿Crees que la literatura es un ejercicio paliativo?  ¿Te servirá de trigo para futuras creaciones?

Esta crisis la afronto con optimismo. Hemos pasado por otros sucesos en nuestras vidas y vivirlos, seguir con vida, es parte de esta aventura. Me gustan las aventuras. La literatura siempre va a ayudarnos a encontrar la paz. La literatura salva. Y nos ayuda a que los otros nos entiendan como seres humanos llenos de virtudes y defectos. En un futuro sí creo que me ayudará a realizar nuevas obras. Esas que están ahí, en alguna parte, esperando por mí.

¿Qué te da miedo? ¿Qué es lo que más te enfurece? ¿Cuál, en tu opinión, es la palabra más peligrosa? ¿Cuál es la más esperanzadora? ¿Qué opinas de la palabra feminismo?

Me da miedo no poder ver un mañana. No tener un proyecto de vida. No estar vivo y ver como las cosas pasan a mi alrededor sin tener significados para mí. Y eso, a veces me pasa. Me aterra la idea de no estar en el futuro de mis hijos y de que este país no termine nunca de estar bien y en el mejor camino para la prosperidad que tanto merecemos. Porque merecemos ser felices y ser prósperos. Lo que más me enfurece es la mentira, en todas sus acepciones. Es un acto detestable en todo su ser. No debería existir la mentira en medida alguna.

Podría medirse la calidad de una persona solo por las mentiras que dice o las que no dice. La palabra más peligrosa, es aquella que tiene significados insospechados. Aquella que se dice a sabiendas del daño que produce en quien la escucha. No creo que exista una en especial. Creo que todas, en su momento y contexto pueden llegar a ser la más peligrosa. Como mismo lo es aquella que sería la más esperanzadora. Por ejemplo, en una relación amorosa, donde nunca pasa nada, y todo es absorbido por la rutina, una palabra soez o «peligrosa» pudiera ser la clave para sentirse liberados o romper la rutina. Todo es relativo. Del feminismo tengo mis consideraciones. Lo conocí bastante de cerca en Venezuela cuando me leí un par de libros de Simone de Beauvoir y me di cuenta de algunas que antes ni siquiera pensaba. Y me dije, ¿será lícito, como hombre, criticar el feminismo? Y cuando obtuve la respuesta me quedé en silencio.

Pero años después, algunas cubanas, amigas, me dieron más de una respuesta, cuando la mujer deje de estar supeditada al varón, entonces se podrá hablar de feminismo. Aunque la cosa no es tan sencilla como parece. No veo, tampoco, razón alguna en querer compararse unos contra otros, o de querer parecerse uno al otro, cuando las diferencias hacen la belleza que somos. Y eso que somos, cuando nos unimos, es ser uno solo en esta inmensidad de vida. Por otro lado, no tolero el machismo. Eso que ya se ha impuesto sobre todas las cosas como un maldito polvo sideral que terminará un día, por sepultarnos a todos.

¿Qué les aconsejarías a los jóvenes escritores? ¿A los jóvenes en sentido general?

Que se afilien. Pero a las buenas causas. Que sean de la AHS o de la UNEAC, o del movimiento de artistas aficionados. Que piensen y aprendan a hacerlo por sí mismos, y cuando tengan la oportunidad, que no cometan los mismos errores de sus mayores. Que tomen partido por algo, pero por sobre todas las cosas, que asuman la posición del que respeta lo que otro piensa. Para que no se vuelvan absolutistas o generalistas. Eso, a la larga, hace daño.


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