La Literatura es una conspiración que triunfa cuando se delata


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El poeta y escritor Sergio García Zamora resultó ser el ganador del XXXXIX Premio Internacional de Poesía Juan Alcaide convocado en España por la Facultad de Letras de Castilla-La Mancha UCLM, la Asociación de amigos de Juan Alcaide y la Editorial Verbum, con el libro de poesía titulado Los conspiradores, que concursó dentro de cuatrocientos cincuenta y un autores españoles e hispanoamericanos. La nota de prensa de la UCLM informó que, según el dictamen del jurado, el poemario demuestra «la madurez de una de las voces líricas más relevantes de los últimos tiempos en la lengua española».

Sergio, villaclareño, nacido en 1986. Ha obtenido importantes premios, por su obra poética, en concursos cubanos y foráneos. Es fundador del grupo literario La estrella en germen.  

A propósito de esta noticia, que tuvo gran impacto en el panorama literario internacional, entrevistamos al laureado poeta, quien accedió amablemente a responder estas preguntas:

¿Qué significa para ti ganar el XXXXIX Premio Internacional de Poesía Juan Alcaide? ¿Lo esperabas? ¿Cómo te sentiste cuando te dieron la noticia?

Significa que he persistido en mi amor por la literatura, y que a veces ese amor se ve reconocido por los hombres, aunque igual persistiría si no fuese así. Trabajo gozosamente, gustosamente como pide Juan Ramón Jiménez; como un espartano feliz que va a la batalla. Nadie envía a un premio sin la esperanza de ganarlo, pero eso no le resta alegría a la noticia de saberse ganador. Según Albert Camus lo importante no es ganar un premio, sino merecerlo.

El jurado afirmó que: «el lector consigue que cada poema resulte una provocación al lector con intención de emoción, haciendo del libro un conjunto orgánico que goza de intensidad y lirismo, en equilibrio perfecto entre forma y contenido». Háblanos al respecto. ¿Cómo consigues este equilibrio? ¿Por qué lo titulas Los conspiradores?

Un libro debe ser un cosmos resuelto, un orbe, un organismo vivo. Como cosmos tiene leyes que rigen su curso; como orbe tiene una órbita; como organismo vivo tiene un desarrollo. En eso trabajo intensamente. Hay que lograr una dramaturgia con igual naturalidad a los hechos que se suceden en la naturaleza. Y organizar el libro bajo un orden soterrado, pero cierto; un orden que puede incluir desde la distribución geográfica, las estaciones del año, los elementos naturales, hasta los mismos pasos que siguió Guillermo el Conquistador en la Batalla de Hastings.

Lo que más temo y lo que más añoro a la hora de conformar el libro son los grandes poemas que pueda haber escrito. Un gran poema es un monstruo que pugna por escapar de todo orbe donde quieras situarlo. Un gran poema se puede volver un depredador del resto de los textos. Sin embargo, ¿qué poeta no es feliz de que el libro se vuelva un país de gigantes?

Nada más distinto de un poema que otro poema, y por lo mismo nada más parecido a un poema que una persona. Cuando pensemos en un poema, pensemos en una persona, en un ser humano. Si en nosotros se junta lo intelectivo, lo emotivo y lo sensitivo, en un poema debe ocurrir de igual forma.

El nombre de Los conspiradores responde a la metáfora central del libro, a su tesis: la de tomar la literatura por una gran conspiración. Una conspiración entre el escritor y el lector; una conspiración que triunfa cuando se delata; una conspiración contra los poderes que relegan al hombre a la servidumbre y a la ignominia; una conspiración siempre a favor de la vida y de la poesía.

¿Recuerdas el primer texto que escribiste? ¿Cuál es tu primera publicación? ¿Obras publicadas y premios?

Lo primero que escribí fue la palabra alba, que ya era un texto en sí misma. Desde niño me siguió esa palabra, y al nacer mi primera hija la nombre así.

Mi primer cuaderno lo publiqué hace diecisiete años, cuando justamente yo tenía diecisiete años. Se tituló Autorretrato sin abejas. Y era eso. Allí están en germen los temas y motivos de mi poética. Después han venido otros títulos y premios, que no enumero por franca holgazanería, obras de mayor peso y rigor literario, pero siempre recuerdo con regocijo aquel inicio.

¿Para qué en tu opinión sirve la poesía? ¿Qué haces cuando no escribes? ¿Tienes alguna manía a la hora de escribir? ¿Cómo te enfrentas a la página en blanco?

Su poesía me ha ayudado a vivir, le decían los jóvenes a Eliseo Diego. ¿Qué aspiración más noble podría desear un poeta? Necesitamos del pan como de la Belleza. Neruda le pidió a la poesía que fuese útil y utilitaria. Y la poesía lo fue. Tal vez la pregunta no debiera ser para qué sirve la poesía, sino para qué servimos nosotros.

Siempre escribo, nunca dejo de escribir: el poeta no posee vacaciones. Escribir en mí es una segunda naturaleza. Y escribo más cuando no escribo. Sentarse frente a la página en blanco resulta solo la estación visible de un viaje mayor.

En esa estación el viajero que soy padece y se divierte. Se me despiertan los apetitos de toda índole y suelo vivir en trance un mes o dos. Las manías son las de siempre: despertar a las cinco de la mañana, bañarme con agua fría, tomar café y solo café, recitar como una letanía el poema que escribo, y no aceptar la visita de amigos.

¿Cuáles son tus escritores fundamentales, los que en tu opinión han marcado tu obra?

Son muchos, aunque nunca demasiados; un atisbo de esa genealogía literaria pudieran ser los siguientes nombres: José Martí y Julián del Casal; Eliseo Diego, Fina García-Marruz y Gastón Baquero; José Lezama Lima y Virgilio Piñera; Roberto Fernández Retamar; Rubén Darío; Huidobro, Neruda, Vallejo y Borges; Oliverio Girondo; Luis Vidales; Gonzalo Rojas y Nicanor Parra; Octavio Paz y José Emilio Pacheco; Carlos Drummond de Andrade; Pessoa (Alberto Caeiro y Álvaro de Campos, no los otros); Derek Walcott; Walt Whitman; Bukowski y Ginsberg; Robert Frost, Ted Hughes y John Kinsella; Ezra Pound y T.S.Eliot; John Keats y William Blake; San Juan de la Cruz; don Francisco de Quevedo; Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Miguel de Unamuno; Lorca y Aleixandre; Miguel Hernández; Dámaso Alonso; el Baudelaire de los Pequeños poemas en prosa y el Rimbaud de Una temporada en el infierno; Jacques Prévert y Paul Eluard; Antonin Artaud; Saint-John Perse; Montale y Pavese; Lucian Blaga; Czesław Miłosz, Wisława Szymborska y Zbigniew Herbert; Maiacovski y Mandelshtam; Bertold Brecht y Günter Grass; Rilke; Paul Celan; Tu Fu más que Li Po; Issa más que Bashō. Los padres eternos: Homero, Dante, Shakespeare, Goethe. Y los hijos recientes: Roberto Manzano; Óscar Han, Jorge Boccanera, Juan Manuel Roca y Rafael Courtoisie; Piedad Bonett y Cristina Peri Rossi; José Watanabe y Eduardo Chirinos; Eduardo Langagne y Jorge Esquinca; Juan Carlos Mestre; Adam Zagajewski… Estos son los que recuerdo. Me he limitado a los poetas, porque un recuento que incluya a ensayistas, novelistas y dramaturgos parecería exagerado; lo mismo si hablo del cine, la pintura y la música, como de la ciencia y la filosofía que me ha transformado en el autor que soy.

¿Cómo estás enfrentando estos momentos de crisis por la situación de la pandemia? ¿Crees que la literatura es un ejercicio paliativo? ¿Te servirá de trigo para futuras creaciones?

Cuando el mundo muestra lo peor del mundo, el poeta debe mostrar lo mejor del poeta. Ese diferendo es eterno, y está en la naturaleza misma de la poesía. La poesía es una fuerza que ha transformado, transforma y seguirá transformando al mundo, por eso vivo con tanta esperanza y tanta alegría. Si Pessoa dijo que ser poeta no era ambición suya, sino su manera de estar solo; yo digo que ser poeta es mi manera de estar en el mundo.

¿Qué te da miedo? ¿Qué es lo que más te enfurece? ¿A tu juicio cuál es la palabra más peligrosa? ¿Cuál la más esperanzadora?

Todo me da miedo porque todo posee valor. Todo me da miedo, pero un miedo que nunca me ha vencido. Temo que mis hijas mueran sin una vida larga y feliz, pero si el miedo fuese mayor que el amor no podría haberlas concebido. Temo por lo que ha sido el mundo y por lo que el mundo será, como temo por lo que el mundo es, pero ese miedo no me hace darle la espalda. Ser poeta es ser valiente de un modo que solo la belleza entiende.

Me enfurece terriblemente la servidumbre humana, como me enfurece terriblemente la estupidez humana. Pero lo que más me enfurece es el desprecio por la vida, cualquier vida sobre la tierra. Cómo no se puede respetar la vida, la inocencia de la vida tan breve, apenas un soplo en este mundo. Por eso la palabra más peligrosa es la palabra de los que callan y de los que hacen callar; por eso la palabra más esperanzadora es la palabra fecundada por actos de amor y fraternidad, que tampoco necesita ser dicha. Y entre el miedo, el peligro y la esperanza, vive la palabra del poeta.

¿Qué le aconsejarías a los jóvenes escritores? ¿A los jóvenes en sentido general?

Más que un consejo resulta un deseo: que cada joven encuentre su vocación, que la defienda como si defendiera su propia vida, y que dicha vocación dignifique lo mejor de lo humano. Es un camino arduo, pero no exento de felicidad.


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