La lectura y la escritura son para mí necesidades cognitivas y expresivas que se complementan (I)


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Juan Nicolás Padrón Barquín, es poeta, ensayista, investigador, editor y profesor. Tiene más de una veintena de libros publicados, y más de un centenar de libros editados. Además, desempeña gracias a su laboriosidad y dedicación a la literatura, una gran variedad de proyectos y actividades relacionadas con el arte en general. Dentro del universo literario cubano ha ejercido diversas funciones, entre ellas: Director de Literatura del Instituto Cubano del Libro, Director Editorial Letras Cubanas, e Investigador del Centro de Investigaciones Literarias Casa de las Américas. Actualmente es Profesor de Comunicación y Sociedad Cubana e Historia de la prensa cubana, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.

Conversamos hoy con Padrón, a propósito de la reedición de su poemario La llegada de los dioses. Un libro que había visto la luz por la Editorial Letras Cubanas. Y ha sido publicado recientemente por la editorial DECO Mc Pherson S.A con la cual también tiene otros proyectos futuros.

La modestia es una de las virtudes sobresalientes del escritor, quien nos asegura que se dedica a escribir, pero no es promotor de su obra. Hemos tenido un interesante diálogo acerca de su vida profesional y personal.

Agradezco su gentileza y el tiempo dedicado.

¿Recuerdas el primer texto que escribiste? ¿Cuál es tu primera publicación? ¿Háblanos brevemente sobre tus obras publicadas y los premios obtenidos?

Sería imposible precisar un primer texto. Estaba en la Secundaria Básica y escribía obritas elementales de teatro, también algo que consideraba poemas y hasta intenté completar lo que en mi imaginación sería un libro de Geografía. Evidentemente, es preferible olvidar todo eso.

Mi primera publicación también puede ser olvidable; formé parte de Seis a la mesa, una antología que preparó el poeta Raúl Luis, entonces jefe de la Redacción de Poesía de la editorial Letras Cubanas, y al mismo tiempo mi jefe. Él me pidió poemas y realizó una selección, de lo que probablemente fuera lo mejor que había escrito hasta entonces. No tengo ese libro, y ni siquiera puedo recordar lo allí publicado. Yo no asistía a los talleres literarios, ni me reunía en tertulias con nadie; siempre tuve dos y tres trabajos y mi escritura era un divertimento eventual al que no concedía demasiada importancia. Por tanto, no tenía costumbre de participar en concursos —apenas dos o tres—, y sigo sin tenerla.

Mi primer libro publicado fue Tergiversaciones (Letras Cubanas, 1985), textos espontáneos, de amores y desamores, de homenaje a ciertas influencias y de definiciones. A Desnudo en el camino (Unión, 1988), mi amigo Roberto Artemio Iglesias le hizo la cubierta y algunas ilustraciones; había regresado en 1986 de la guerra de Angola, en la que me siento orgulloso de haber participado, porque contribuí, aunque fuera con un mínimo granito de arena, a liquidar el oprobioso apartheid, pero también me dio oportunidad de conocer mejor a los hombres en situaciones límites y a una sociedad en contingencia.

Tiene poemas que recuerdo con sonrisa volteriana, porque sé a quiénes se los dediqué, y otros que aún me emocionan. En la plaquette Peregrinaciones (Letras Cubanas, 1991), muy breve y dividida en dos partes no muy complementarias, me aproximaba a lo que vendría a ser una manera más regular de mi escritura posterior; la primera parte fue el resultado de intensas lecturas de poetas clásicos chinos a inicios del Período Especial, y la segunda, reflexiones en prosa poética, una de las vertientes en que todavía escribo.

Crónica de la noche (Unión, 1994) debía haber sido mi primer libro, pues con sus breves textos me identifico más como escritor; me lo pidió Waldo Leyva a partir de su lectura de la segunda parte de Peregrinaciones, y lo publiqué en el peor año del Período Especial: hay reflexiones allí que me siguen representando.

Durante el Período Especial escribí mucho, y también rompí, quizás más; se me quedaron algunos libros inéditos, pues me dedico a escribir, pero no soy promotor de mi obra. Héroes y padres (Gente Nueva, 2001) «Una lectura de Ilíada y Odisea», con ilustraciones de Bladimir González, es deudor de relecturas de estos clásicos en Angola y de su comparación con lo que estaba viviendo; dirigido a niños-adolescentes, aspiro a que después de su lectura aborrezcan las guerras; es una lástima que no se haya publicado con mejores materiales, teniendo en cuenta las excelencias del dibujo de Bladimir. Otro de los libros “«quedados» del Período Especial, también me lo pidió Waldo Leyva: El tonto de la colina (Unión, 2006); igual que Crónica…, está escrito con amor hacia lo que creo y rabia a lo que combato, e igualmente tiene «dedicatorias» a quienes se dedican a buscar qué hay detrás de la ficción.

La editorial chilena Lom, en 2008, me pidió unas «ficciones» que leí en la Biblioteca de Santiago; trataban de animales descritos en viejas enciclopedias, pero que nadie había visto. Bestiario. Animales reales fantásticos surgió de lecturas durante la convalecencia de un infarto, y fue ilustrado por el gran artista de la plástica Claudio Romo, que la propia editorial contactó. Ha sido, hasta el presente, el más bello de mis libros, gracias a los dibujos de Romo y la calidad de la impresión y el acabado. Del mismo año, La llegada de los dioses (Letras Cubanas) trae breves reflexiones sobre la muerte y el destino de la civilización, que algunos han calificado de «neogóticas»; un día los manuscritos se me cayeron al piso, la artista Duchy Man —entonces compañera de trabajo en Casa de las Américas— me ayudó a recogerlos, alcanzó a leer algo y se dio cuenta de que ciertos dibujos recientes suyos parecían hechos para los poemas. Ha sido un libro con suerte, porque me lo publicaron enseguida, después Cubarte me lo pidió y McPherson me acaba de hacer otra edición. En 2009 impartí un curso en la Universidad de Nueva León, Monterrey, México; allí me solicitaron un libro inédito de poesía y publicaron Confesiones y resistencias, otro de los engavetados en el Período Especial, desconocido en Cuba.

Versiones no oficiales (Ediciones Ácana, Camagüey, 2017) es mi última publicación. Surgió de una lectura en Camagüey y una petición de Odalys Calderín, entonces directora de Ácana; con elegante diseño y nota de contracubierta de mi amigo Luis Álvarez, de alguna manera es continuación de Crónica de la noche.      

He publicado tres libros de ensayo. El primero, La palma en el huracán (Cuadernos Rodriguistas, Santiago de Chile, 2000), a solicitud de amigos chilenos, ilustrado por Carlos (Tato) Ayress y prólogo de Volodia Teitelboim. El segundo, Géneros literarios y periodísticos (2004), me lo encargó la Universidad Autónoma de Nayarit; con carácter urgente y sin la ayuda de Internet, para este conté, como siempre, con el apoyo irrestricto y crítico de mi esposa. Apuntes de un lector (Letras Cubanas, 2016) fue en realidad el primer libro de ensayos que llevé espontáneamente a una editorial; reúne materiales sobre poesía cubana aparecidos, en la mayoría de los casos, en el sitio digital de Cubarte, pero también en El Caimán Barbudo y la revista Signos de Santa Clara, o como prólogos a libros de poetas cubanos publicados en Cuba o fuera de la Isla, y algunos inéditos; espera desde hace tiempo en la Editorial Arte y Literatura uno de similar corte sobre poetas hispanoamericanos.

Eres poeta, ensayista, investigador, editor y profesor. Además, te desempeñas dentro de una multiplicidad de labores, como coordinar encuentros literarios y artísticos, entre otras. ¿Puedes decirnos brevemente cómo consigues llevar esta diversidad de funciones? ¿En qué crees que una afecta a la otra? ¿En qué lo beneficia? ¿Cuál es tu género preferido?

Me considero un escritor; no un poeta, ni un ensayista, ni un investigador, a pesar de haber escrito poemas y ensayos, y también he realizado algunas investigaciones o indagaciones. Para reconocerse dentro de esas especialidades es necesario haber escrito más, y, sobre todo, haber obtenido un reconocimiento que no tengo. Sí soy un editor porque he editado más de un centenar de libros, algunos muy complejos; me siento cómodo en la gestión y un poco torpe como redactor de mesa. Soy profesor, pero prefiero impartir clases en cursos libres, sin tener que evaluar, de ahí que me considere más bien un conferencista.

Es cierto que soy muy trabajador y suelo acometer muchas actividades simultáneamente; lo mismo he impartido conferencias o cursos por encargo, que preparado encuentros, asesorías, evaluaciones, ferias, antologías, prólogos, comentarios, artículos, reseñas… y participado en jurados, paneles, jornadas culturales, revistas… en Cuba y fuera del país. Siempre hay tiempo para todo; los que se excusan en la falta de tiempo, generalmente no se emplean a fondo o no saben aprovechar esa magnitud, infinita para la Física, y finita para los humanos.

En estos momentos, por ejemplo, tengo varios libros inéditos y escribo dos o tres a la vez, junto con otras tareas emergentes que me encargan o que yo mismo propongo. Me ha sucedido que un curso me lleva a la escritura, o la lectura, mi principal pasión, me incita a escribir o a promover algún asunto. Nada entra en contradicción, todo se complementa, solo hay que buscar el cauce adecuado para darle curso a cada proyecto, y aunque la mayoría se frustre o se interrumpa, hay que seguir, como en la vida. Varios planes no se han realizado, otros se han dormido, pero algunos van saliendo. Lo que no me gusta es el autobombo: mi promoción les toca a otros, y si no se hace, ¡al diablo!

No creo mucho en esa división aristotélica que se ha convertido en un asunto legal para los concursos, de ahí que no me guste hablar de «géneros preferidos». Un poemario puede estremecerme o emocionarme tanto como una novela, un ensayo, una crónica periodística o un libro de historia; aunque en algunas zonas cuente más la racionalidad, o la llamada «objetividad», y en otras, determinados recursos literarios y el vuelo de la imaginación. Si de preferencias se trata, prefiero la buena escritura. ¿Cuándo un libro está bien escrito? Eso es un curso que paso todos los días cuando leo y en el cual aprendo siempre algo diferente. Ante la carencia de nuevas propuestas bien escritas, es preferible, como decía Lezama, releer.

Recientemente ha salido a la luz por la editorial DECO Mc Pherson S.A una nueva edición de tu libro La llegada de los dioses. ¿Por qué este título? La editorial en la presentación del volumen expresó: «En el libro La llegada de los dioses, los objetos, las voces, los susurros, la existencia misma son vistos por el autor desde una nueva perspectiva». ¿Puedes abordar acerca de lo referido? ¿Cuál es tu visión de la muerte?

A mí me dio un infarto del miocardio bailando rock and roll en una fiesta de fin de año en la Casa de las Américas. Corrieron conmigo para el hospital Calixto García y allí me salvaron con la rápida aplicación de estreptoquinasa recombinante, medicamento cubano que ha salvado a muchos —les debo la vida—, entonces, a la ciencia y a los profesionales cubanos que nuestros enemigos intentan desprestigiar. Cuando tenía el dolor en la sala de urgencia y cuatro médicos se afanaban encima de mí, sentí que me iba a morir, pues el esqueleto parecía no sostenerme el cuerpo y la vista se me iba poniendo cada vez más borrosa; en medio de recuerdos de mi feliz niñez, me perdí en un laberinto donde me perseguía un inmenso gusano blanco, y divisaba una luz que se fue opacando hasta que perdí el conocimiento…

Me recuperé de manera milagrosa, y en menos de diez días ya estaba en mi casa. Ese evento me dio para dos libros, aunque prefiero que no se repita. La edición de la editorial panameña DECO Mc Pherson S. A. es muy bella. La ilustración escogida para cubierta es sugerente, el formato ampliado le da un cuerpo importante y el papel ahuesado ayuda a la lectura.

La muerte es un suceso natural, que ocurre por nuestra incapacidad orgánica; si no llegara, nos convertiríamos en monstruos, por tantos años vividos. Para mí la muerte cerebral la define. Los seres humanos no nos acostumbramos a que puede llegar ese momento, de ahí la búsqueda de algo más después; quizás ese sea el origen de las religiones, que prometen otra vida. Existe un instinto de supervivencia muy intenso aun en situaciones difíciles; en el poema «Mis siete muertes» (El tonto de la colina) describí situaciones cercanas a la muerte en que estuve involucrado en seis ocasiones, y en la séptima, hipotética o ficcional, moría del corazón, cuando todavía no me había sufrido el infarto. En estos momentos estoy sin predicciones... ¿Será la inmortalidad?


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