La casa vieja


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"Carentes de sustento científico y racional, los prejuicios son el resultado de una construcción social formulada con propósitos de dominación de unos sobre otros"

El dramaturgo Abelardo Estorino entró por la puerta grande en la historia del teatro cubano cuando estrenó La casa vieja, allá por los sesenta del pasado siglo.  El protagonista de la obra regresa a su pueblo natal después de largos años de estancia en la capital.  La Revolución ha triunfado. Su hermano, activista del proceso transformador, está rodeado de un ambiente favorable a los cambios. Sin embargo, el visitante observa supervivencias de antiguos prejuicios. El conflicto no se plantea en términos políticos. Se manifiesta en el campo de los valores.

Derribados los pilares que sostenían objetivamente el universo que se ha derrumbado, persisten supervivencias del ayer en el plano de la subjetividad humana. Son los restos del costado negativo de una memoria devenida cultura difícil de desarraigar. La casa vieja no sucumbe de un solo golpe. En medio de las ruinas, permanecen zonas sostenidas por cimientos asentados en el tiempo.

Con el apoyo de las contribuciones de la ciencia, el juicio se afianza en el análisis de los factores que intervienen en la realidad y en el comportamiento humano. De esa manera, aprendimos, transgrediendo las apariencias, que la Tierra es redonda y gira alrededor del Sol en el universo infinito de las galaxias. Aprendimos también a desentrañar los procesos históricos que conformaron los rasgos característicos de las distintas culturas que subsisten en lo más recóndito de la sicología. Pudimos entender fenómenos inherentes a la sexualidad, asociada al pecado según la tradición bíblica cuando Eva —siempre la  mujer—, seducida por la serpiente, probó el fruto prohibido. Condenada a parir con dolor, su función habría de ser meramente reproductora. Por similar motivo, otras manifestaciones de orientación sexual fueron severamente reprimidas, aunque subsistieran bajo variadas modalidades de enmascaramiento.

En la pirámide social clasista, las hijas se convertían en objetos de intercambio para asegurar alianzas. Portadoras de dotes, se empleaban para fortalecer fortunas. En la familia y en el matrimonio estaban privadas de todos los derechos, entre ellos, el fundamental, relacionado con la posibilidad de elegir su destino. Desde lo particular de la anécdota contada, la rivalidad entre Capuletos y Montescos, la tragedia de Romeo y Julieta encarna las interferencias sociales interpuestas a la plena consumación de la pasión amorosa.  Ajustado a la voluntad emancipatoria de la Revolución Cubana, en aquellos sesenta del pasado siglo,  Romeo y Julieta regresó a nuestro escenario teatral. Una actriz mulata representaba el papel de Julieta porque en nuestro contexto histórico la condición racial se había interpuesto a la consolidación legal del vínculo entre parejas.  Quedaba tan solo el camino del adulterio, por lo cual la mujer con otro color de piel estaba sujeta a una doble discriminación.

Carentes de sustento científico y racional, los prejuicios son el resultado de una construcción social formulada con propósitos de dominación de unos sobre otros. Constituyen, por ello, una expresión de violencia física y sicológica. Fueron utilizados en la conquista y colonización de América y mantuvieron total vigencia en la etapa neocolonial. Los pueblos originarios se emplearon como mano de obra barata para la extracción y producción de materias primas apetecidas por las potencias invasoras. Cuando resultaron numéricamente insuficientes, se procedió a la brutal importación de esclavos africanos. El reciente caso de Bolivia ilustra la instrumentalización del racismo con el fin de instaurar políticas de ajuste y de entregar los recursos de la nación a las empresas transnacionales. En la contemporaneidad, la plataforma de la derecha está adquiriendo peligrosos tintes fascistas.

Por su instalación en las zonas más irracionales de la conciencia humana, devenidos tradición y cultura, transmitidos por vía familiar, los prejuicios se mantuvieron más allá de las circunstancias que los generaron. Con la abolición de la esclavitud, sus víctimas rompieron las cadenas, pero no dispusieron de los medios económicos para encontrar formas de supervivencia. Quedaron sumidos en la pobreza. No tuvieron acceso a la instrucción, aunque la República neocolonial instaurara la escuela pública en escala insuficiente, el desamparo económico imponía el abandono temprano de las aulas. En la república de generales y doctores, los soldados del ejército mambí, lastrados por el color de la piel, no recibieron otra compensación que la medalla que portaban con orgullo sobre sus ropas raídas. Por la misma razón, a hombres y mujeres les estaba vedado el empleo en oficinas, tiendas y en todos aquellos trabajos vinculados a los servicios.

La Revolución Cubana cortó de un solo tajo esas barreras. Suprimió el desempleo crónico generalizado y el sistema de becas favoreció la permanencia de todos en la enseñanza.  El lastre de la pobreza heredada gravitó sobre la parte del pueblo históricamente marginada en cuanto a expectativas de vida, ambiente familiar y condiciones de vivienda.  Subsistía, sin embargo, el territorio impalpable de la subjetividad.

En diálogo con escritores y artistas, así como en palabras pronunciadas en un congreso de Pedagogía, Fidel planteó la complejidad del problema. Habíamos pensado que la destrucción de los pilares económicos y sociales, de las relaciones de poder que originaron el racismo, eliminarían la supervivencia de ese legado. Desde sus años de estudiante,  el conductor del Moncada y del Granma tuvo una participación  activa en las movilizaciones de denuncia del problema. El panorama actual no es el de otrora. Negros y mestizos ocupan lugares prominentes en la academia y en cargos de dirección gubernamental. A pesar de todo, la sombra de los prejuicios gravita sobre la conciencia de muchos. De los obstáculos persistentes en el plano económico, pueden derivarse retrocesos en este terreno. Se impone una vigilancia permanente, medidas ejemplarizantes contra quienes manifiestan el racismo en actos concretos y un actuar sistemático sobre las conciencias mediante el rescate de nuestra verdadera historia social, hecha con las manos de todos, y a través de las imágenes que se proyectan en nuestros medios de comunicación. La justicia que defendemos se propone la salvaguarda de la dignidad humana, lacerada en el discriminado y también en el discriminador.


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