Festival de Jazz: apostillas desde la memoria y otras variaciones


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He finalizado el reposo del guerrero. Este es mi primer pensamiento, cuatro días después de haber terminado el Festival Jazz Plazai. Han pasado 35 años desde que se convirtió en un acontecimiento que desbordara nuestras fronteras insulares. En que se abriera al mundo musical de los años ochenta del pasado siglo.

En este tiempo se han sucedido las generaciones de jazzistas, las emociones y los descubrimientos. La lista de luminarias que han vivido y compartido emociones, notas y generado proyectos recurrentes en la historiografía musical cubana e internacional desborda cualquier ejercicio de memoria.

Ciertamente la industria de la música ha cambiado y la forma de abordar y entender los hechos musicales también. Hoy lo económico tiene más peso que lo conceptual y que la virtud. Por esa razón Contraine, Evans, Gillespie y Chano no figuran en las listas de los que más visitas reciben o no son tendencia en las redes; pero a pesar de ello mientras dura el Festival h CCTabanero –lo mismo que otros que transcurren en la periferia musical— sus nombres se repiten cual pasaje de canción de moda.

En mi tiempo de reposo me permitido revisar algunos apuntes publicados años antes en esta columna acerca del evento y sus peculiaridades y en honor a la verdad propongo (a mí mismo) nuevas conjeturas y otras variaciones.

Variaciones necesarias

Debo admitir que una de las cosas que más me impactó de esta edición del Festival fue la pluralidad de espacios puestos a disposición de músicos y públicos; espacios que van desde los habituales como el dañado patio de la Casa de la Cultura de Plaza hasta el parqueo de la Heladería Coppelia en el corazón de la ciudad. En cada uno de estos espacios el jazz y algunas formas de música a él asociadas tuvieron cabida e hicieron del género, al menos por algunas jornadas, el centro de atención de públicos cuya estética musical está tan dañada que estas presentaciones fueron una terapia espiritual muy necesaria.

Espacios como la Fábrica de Arte, el Café Brecht y los Jardines del teatro Mella no dieron abasto a las crecientes legiones de seguidores del jazz de estos tiempos. Y resulta curioso, pues estas legiones –que se diezman por meses— se han configurado con elementos de generaciones dispares, y debo confesar que ello no me sorprende, donde confluyen todos los estratos sociales.

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Por otra parte haber involucrado en la programación al Salón Rosado es un guiño justo y adecuado hacia la historia de la música popular cubana; no solo por la impronta de ese lugar para nuestra música, sino por lo que representa en sí mismo para formas musicales que han aportado a ese género y a otros.

Haber tomado y diversificado el Pabellón Cuba es una de las acciones más interesantes de esta edición –que no es la única, al resto se han referido hasta la saciedad el resto de los medios, por lo que volver sobre ellas es emborronar cuartillas y agotar a los lectores— y que ofrece argumentos para todos los debates presentes y futuros a partir de la siguiente interrogante: ¿qué tienen que ver los sextetos, las orquestas charangas y algunos trovadores con el Festival Jazz

 

Me gustaría ofrecer una primera razón. Todo lo que usted pueda imaginar, se puede decir festinadamente; pero los argumentos hablan por sí solos.

Musicalmente muchos trovadores que se hacen acompañar por bandas asumen elementos del pop rock y del jazz rock, el funk y la timba en sus propuestas que son aceptadas y disfrutas por segmentos de públicos diversos.

En el caso de las orquestas charangas; las orquestas Jorrín, la Sublime, la Aragón y la Rubalcaba, para citar las que concitaron mi atención personal; hay un precedente interesante y es que desde siempre muchos de sus músicos estuvieron y aún siguen involucrados con el jazz, sobre todo desde su variante cubana conocida como descarga; una descarga que se refleja en los mambos que ejecutan de conjunto violines y flautas, en un contrapunto estilístico donde el virtuosismo es condición sine qua non para el público. Solo que se trata de coros, con la excepción de la flauta.

Cuando se trata de los sextetos y septetos de sones, que nadie olvide que el bajo anticipado debe mucho a la tradición afrocubana y la trompeta que definió al son, ejecutada por Lázaro Herrera “el pecoso”, tiene su origen en el jazz de los años veinte.

Apostillas necesarias

Una de las grandes sorpresas de este Festival fue el crucero musical venido de New Orleans a La Habana y las implicaciones que ello tuvo a nivel cultural y social; es por tal motivo que “mis apostillas” se remiten a determinadas coincidencias históricas que ocurrieron hace un siglo.

En  enero de 1920 el Roof Garden del Hotel Sevilla Biltmore abre sus puertas a las primeras bandas de jazz venidas de los Estados Unidos –New Orleans— para satisfacer a los turistas de esa nación que viajaban los fines de semana en cruceros turísticos.

Curiosamente, esas bandas integradas por músicos blancos, ejecutaban el llamado estilo Dixieland, según cuentan las páginas del Diario de la Marina, y sus músicos en sus ratos de ocio eran vistos en los café del Prado –Los aires libres— disfrutando del sonido de los sextetos y de las propuestas de los trovadores del momento.

Algunas de estas bandas, cuenta el mismo diario, solían provocar el arrebato de los huéspedes del hotel al organizar marchas con música al estilo de los negros en los alrededores del hotel, imitando las fiestas de aquella ciudad, a las que eran “convidados algunos cabildos habaneros (negros) dignos de la confianza de las autoridades de la ciudad y el municipio”.

Nada más parecido al desfile de Mardi Gras que tuvimos en La Habana este festival; solo que el que cuenta el diario no pasaba de una marcha de al menos una manzana; y este cruzó la zona vieja para detenerse a las puertas de Barrio de San Isidro y en vez del cabildo se hizo acompañar de una comparsa y de cubanos de todas las razas y credos.

Curiosamente, cuentan otros cronistas, los músicos de estas orquestas que viajaban los fines de semana a La Habana, en sus ratos libres también disfrutaban de las presentaciones de las charangas de moda en las que el sonido del piano comenzaba a señorear por obra y gracia de la audacia musical de Antonio María Romeu; además el genial pianista y quienes le secundaron desde otras formaciones danzoneras ejecutaban sus pasajes en solitario basados en improvisaciones sobre temas de moda u obras del repertorio clásico; todo ello con el único fin de mostrar su virtuosismo y creatividad.

Verde con pinta, diría mi abuela, guayaba… o melón… o guanábana… ¿o simiente del estilo cubano de improvisar en el jazz?

En esos mismos años surge la orquesta Bellamar, una de las primeras Jazz Band cubana conocida, en la que Armando Romeu desde el saxofón comienza su gran carrera musical que le convertirá en uno de los principales impulsores del jazz en Cuba y en un nombre imprescindible en nuestra cultura musical.

Pero sobre estas apostillas necesarias desde la historia volveremos alguna que otra vez. Solo me satisface haber cerrado un ciclo de vivencias y referencias literarias, leyendas escuchadas y mis propias vivencias.


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