Enfermedad, literatura y filosofía desde Virgilio Piñera hasta Nietzsche


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“En un momento dado, el señor Madrigal comienza a sentir un desapego a la vida, el vaso de leche que toma cada noche pierde su sabor: entonces descubre su muerte futura, engendrada por su propio cuerpo. El fenómeno es corporeizado de inmediato: el protagonista se siente embarazado, se ha engendrado a sí mismo, y tras los dolores del parto dará a luz su propia muerte”
 

Prólogo a Cuentos Completos de Virgilio Piñera, Antón Arrufat

 

Hoy, más que nunca, estamos pendiente de nuestro cuerpo. La palabra enfermedad retumba en nuestros gestos y muecas. Escuchamos nuestra garganta tragar y sentimos el tacto de nuestras amígdalas. Vigilantes de nuestros síntomas; buscamos en nuestro cuerpo el más breve rastro, al igual que detectives, de enfermedad. Antes tal vez por vanidad, hoy seguramente, por histeria. Nuestro cuerpo está de moda, por macabros motivos, escuchamos nuestros pulmones con más atención que nunca, como si pudiéramos escuchar la enfermedad trabajar dentro de nosotros. La carraspera o el silbido espontáneo de nuestra respiración animan nuestro cuidado.

Esta moda del cuerpo, por razones muy distantes a los de ideales de belleza comercial, exalta cosas tan simples como la tos o el cotidiano acto de tocarse la nariz. Al igual que el cuento de Virgilio Piñera (El crecimiento del señor Madrigal) sentimos dentro de nuestro propio cuerpo cada síntoma: desde la comezón en el cielo de la boca hasta la secreción nasal. Cada uno de esos síntomas deviene lenguaje de nuestro cuerpo. Una locución silente que hoy, tal vez nerviosos o precavidos, tratamos de escuchar con atención. Los textos Virgilio Piñera y de Nietzsche encuentran sincronía. El miedo a enfermar los relaciona. Hoy escuchamos nuestro cuerpo como acólitos del escritor y el filósofo.

No es novedad la relación que tiene la literatura y la filosofía con la enfermedad, ya Nietzsche en su crítica a Sócrates dice que el padre de la filosofía occidental estaba enfermo:

"Sobre la vida, los hombres han pronunciado en todos los tiempos el mismo juicio: “la vida no vale nada”… Siempre, y sobre todo, se ha oído de sus labios el mismo eco, un eco lleno de duda, de melancolía, de cansancio de la vida, lleno de resistencias contra la vida: “vivir, significa estar enfermo durante mucho tiempo; yo debo un gallo a Esculapio por mi curación” El mismo Sócrates estaba cansado de vivir." (Nietzsche, 1962, p. 403)

No es sorpresa que, para Nietzsche, cuando nuestra existencia y nuestro cuerpo sufren en el plano carnal, busquemos alivio en el mundo del espíritu. De la enfermedad nacen, tal vez por contradicción o broma, la filosofía de Sócrates. De igual forma en Virgilio Piñera, cuando el cuerpo se aflige, nace la literatura más visceral. (Piñera, 2011, p. 16) En esta pandemia actual (el confinamiento) es una oportunidad para inundarse de literatura y filosofía. Cuando no podemos salir de casa y hurgamos en nuestro cuerpo como olfateando enfermedades, emerge la filosofía como terapia espiritual, al igual que la literatura. Ambas como síntomas, son estrategias cotidianas frente a estos tiempos de pandemia. Macabro método que se impone, cuando leer o escribir para muchos se vuelva terapéutico. No sin el riesgo, como dice Nietzsche, de a la larga preferir el mundo de fábulas mentales frente al doloroso mundo real. Enfermar espiritualmente implica volvernos adictos a nuestras ilusiones, y evadir la vida hasta el punto que no podamos asumir el dolor que nos motive a luchar en el mundo de la carne. A modo de bálsamo o como resultado sintomático, la filosofía es terapéutica. Así como aceitamos nuestro cuerpo en aceites medicinales nuestra subjetividad busca “terapia” en los frutos del espíritu.

Sentir tu cuerpo y escribir con él

Al contrario de la imagen tradicional donde el escritor se inspira de ideas y musas espirituales, como aquel que mirando el cielo imagina mundos impalpables, Nietzsche y Virgilio Piñera escriben con el cuerpo, tentando la carne propia y jugueteando con el dolor que les afecta. “Según el mundo piñeriano, el relato es absolutamente físico, corporal.” (Piñera, 2011, p. 16) Así como estornudamos o nos crispamos de forma espontánea frente a un estímulo, para Piñera escribir se convierte en una reacción somática, en una respuesta corporal ante un determinado malestar. Escribir o filosofar es también una forma de curar o de mitigar un padecimiento. Así como Sócrates mencionaba que su práctica era de partera, y con ello pone a toda la filosofía en una posición de asistente terapéutica, a Virgilio Piñera le provoca una literatura semejante.

Escribir es una forma también de sentir con tu cuerpo, es una acción también somática más que puramente espiritual, de ahí que la literatura se convierta en terapia y el acto mismo de escribir en una acción de nuestra carne tan importante como expectorar o deglutir. “Como buen marginado, escritor que por sus procedimientos y su visión se ha puesto al margen, en Piñera prevalece −también en Alfred Jarry− el cuerpo sobre el alma o la mente, marginándose así del canon dominante en la cultura occidental, en que la mente prevalece sobre el cuerpo” (Piñera, 2011, p. 16). Esta comunicación “ilícita”, si podemos llamarla así, entre Nietzsche y el escritor caribeño, parte de esa perspectiva somática de ambos. En Nietzsche nuestro cuerpo es el punto de partida olvidado “el cuerpo es el punto ciego de toda filosofía tradicional” (Eagleton, 2006, p. 305), por tanto la filosofía es una forma sintomática de nuestra corporalidad, una secuela de nuestra lucha en la existencia, de ahí que la filosofía es en cierta medida el resultado manifiesto de una guerra entre nuestro cuerpo vivo frente a la rudeza de la vida. Idea y premisa que no le pertenecen completamente a Nietzsche también Schopenhauer tomaba al cuerpo como el punto de partida: “Así pues, el cuerpo es aquí para nosotros objeto inmediato, es decir, aquella representación que constituye el punto de partida del conocimiento del sujeto” (Schopenhauer, 2005, p. 67).

Tanto para Piñera como para Nietzsche, escribir es el resultado de una digestión, así como respirar. Desde la perceptiva de ambos, el escritor no escribe desde su transparencia espiritual, sino que es abordado por las reacciones corporales más básicas, como si el sujeto expectorara palabras. La literatura es resultado de un metabolismo, una digestión de nuestra existencia que necesita ser consumada en un acto tan mundano como poner palabras en la hoja en blanco.

Hoy, en días de reclusión, agitamos nuestra mente hacia dentro. Corremos hacia nuestro refugio y nos escondemos como las tortugas: dentro del propio cuerpo. Confinamos nuestro organismo a espacios limitados y estrechos; sin embargo, muchos sintomáticamente escapan leyendo un libro de filosofía o literatura, tal vez algunos dejen escapar su mano intrépida sobre una hoja para escribir una línea, un verso o una palabra que exprese un sentimiento tan carnal como puede ser el tedio, el miedo, la histeria o el amor en tiempos de pandemia.

La enfermedad puede ser una excusa para escribir, sentirla desde la literatura puede parecer perverso y también seductor. El jugueteo conceptual con la muerte y con la enfermedad también es sintomático de nuestra subjetividad; desde el refugio acogedor de la lectura o en el acto de escribir lidiamos nuestra propia batalla somática.

Escribir sobre la enfermedad, sobre todo si uno está gravemente enfermo, puede ser un suplicio. Escribir sobre la enfermedad si uno, además de estar gravemente enfermo, es hipocondriaco, es un acto de masoquismo o de desesperación. Pero también puede ser un acto liberador. Ejercer, durante unos minutos, la tiranía de la enfermedad, como esas viejitas que uno encuentra en las salas de espera de los ambulatorios y que se dedican a contar la parte clínica o médica o farmacológica de su vida, en vez de contar la parte política o la parte sexual o laboral, es una tentación, una tentación diabólica, pero una tentación al fin y al cabo. (Bolaño, 2003, p. 136)

Nuestras batallas somáticas, esas de las que nadie se entera, y aquellos dolores que nadie comunica, son nuestra mímica corporal, así como nuestros malestares pequeños, esos que preocupan por segundos y al momento desaparecen de nuestro cuerpo. Tal vez por indiferencia o por voluntad, hoy más que nunca se fortalecen. Un cierto goce perverso de no estar enfermo y al mismo tiempo de superar cualquier indicio que implique enfermedad, como esa tentación traicionera de hablar de nuestros padecimientos y pensarlos desde el pasado.

Vigilamos nuestro cuerpo hoy con mucho más miedo y temor. La boca se vuelve sagrada y los ojos son hoy más que nunca el primer contacto con los otros. A las manos las sustituye la mirada, y la enfermedad, como palabra de moda, hoy obliga a los cuerpos a refugiarse en sí mismos como tortugas que cierran los ojos y se entregan de lleno a cualquier estrategia de confinamiento. Por satírico que parezca, este es un tiempo de enfermedad, pero también de literatura y filosofía.
 

Bibliografía:
Bolaño, R. (2003). El gaucho insufrible. Barcelona: Anagrama.
Deleuze, G. (2013). Nietzsche y la filosofía. Barcelona: Anagrama.
Eagleton, T. (2006). La Estética como ideología. Madrid: Editorial Trotta.
Magee, B. (1991). Schopenhauer. Madrid: Ediciones Cátedra.
Mann, H. (1939). El pensamiento vivo de Nietzsche. Buenos Aires: Editorial Losada. S. A.
Nietzsche, F. (1962). Obras completas: Tomo IV. Buenos Aires: Editorial Aguilar.
Piñera, V. (2011). Cuentos Completos. La Habana: Editorial Letras Cubanas.
Schopenhauer, A. (2005). El mundo como voluntad y representación I. Madrid: Editorial Trotta.


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