Eliseo, he vuelto a verte en tu centenario [1]


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Seguir las huellas fílmicas de escritores leídos o por leer motiva revalidar admiraciones y, en el menor de los casos, inesperados desconciertos: se rechaza al individuo para seguir, con respeto ―y quizás con mayor simpatía―, la obra conocida o la que se descubre. No escapan a ello los clásicos. Sucede también con los noveles de valía (las jóvenes promesas) y esos otros que, en boga, con frecuencia pasan como pasan las modas, en las evasiones del más triste o justo destino: el olvido.

La opinión del amigo y estudioso, o de este último que no fue lo primero, pudiera conformar la pluralidad de un mismo individuo. Una pluralidad importante según explaye al creador, quien tampoco debiera tenerse como único y homogéneo. Búsquesele también en las imágenes diferentes. Lo unitario por lo diverso. Admitamos con el Ortega y Gasset de Verdad y perspectiva: “La perspectiva visual y la intelectual se complican con la perspectiva de la valoración. En vez de disputar, integremos nuestras visiones en generosa colaboración espiritual”.

Cuando hemos querido seguir los vestigios audiovisuales de los integrantes del Grupo Orígenes tropezamos con la insuficiencia de materiales. Ha sido más lo escrito que lo filmado, si bien hay registros sobre Gastón Baquero, Fina García Marruz, Cintio Vitier, Lorenzo García Vega, José Rodríguez Feo, Virgilio Piñera, José Lezama Lima y algunos artistas de la plástica vinculados al grupo y a la revista como René Portocarrero, Wifredo Lam, Diago, Víctor Manuel, Luis Martínez Pedro, Amelia Peláez, Mariano Rodríguez, entre otros.

No gozaron de esos privilegios recurrentes, cuando no de ningunos, Agustín Pi, Ángel Gaztelu, Julián Orbón, Cleva Solís y otros colaboradores menores en apariencia. A Lezama, como centro irradiante, se le registró muy poco, casi nada. Eliseo Diego tuvo mayor fortuna con las cámaras. A propósito del centenario del autor de El oscuro esplendor, ese que casi no distinguimos en una de las paredes de la casa del Diego de Fresa y chocolate cuando David, dejando de lado por unos instantes los prejuicios y el peso de las apariencias, rompe a mirar por primera vez, ese que Enrique Álvarez retoma en La ola (1995) leyendo un poema, bien vale evocarlo desde el documental.

Del presente volumen he publicado poco de manera independiente. No me refiero a algunas citas en los pies de página, las cuales sí pertenecen a textos de otra índole, harto específicos en una línea temática que no he vuelto ni quiero transformar. Los demás son escritos de un pasado no tan distante, con el probable desacierto tal vez en algunas apreciaciones; pero, en otras, acordes con cuanto gusto relacionar. Por fortuna, no hay suma y menos yuxtaposición cuando, al combinar y desarrollar más ideas que textos, te percatas del hecho de una concordia temática en algo de lo publicado y logras, al fin y al cabo, una escritura de unidad. Y es que uno ha ido fragmentando lo que, de veras, siempre perteneció a un conjunto de intereses culturales.

Al escribir textos muy breves acerca de documentales sobre pintores o la obra de Nicolás Guillén Landrián, Óscar Valdés y el paisaje en relación con La Habana, ya anticipaba varios vínculos entre documentales como Nombrar las cosas (Bernabé Hernández, 1975), El sitio en que tan bien se está (Marisol Trujillo, 1978), Dueño del tiempo (Julián Gómez, 1989), A través de su espejo (Gustavo Domínguez, 1993), Las cuatro estaciones de Eliseo Diego (Jorge Denti, 1994) y la figura aludida o mencionada.

¿Cuánto logran los realizadores con respecto a las relaciones del lenguaje cinematográfico con la poesía y la vida de Diego? ¿Ha sido solo un intento de biografiar a un entrevistado? Por cuanto he podido entrever acerca de otras visiones del escritor, este ensayar ―lo asumo― se anuncia arriesgado.

Acaso sea el poeta quien mejor justifique las familiaridades entre exámenes y escrituras, entre él mismo y las continuas cámaras que lo filmaron. En “Lecturas de poemas” despliega el siguiente criterio:

Dos puntos desearía subrayar: cada fragmento de la realidad, por insignificante que parezca, es capaz de atraer sobre sí la obstinada atención del vidente: en cada fragmento puede muy bien estar oculta la llave del todo. El segundo punto alude a la función del arte como vía para corporeizar lo visto: el arte es sólo la vía a menudo tortuosa, enrevesada, por donde lo visto alcanza a tomar cuerpo frente a los otros. No tolera, por tanto, añadido racional alguno, su reproducción en la materia idiomática obedece con todo rigor al viejo principio helénico de la imitación de la naturaleza, puesto que es en el traslado del enigma entrevisto, desde su materia primigenia, lo real, a la nueva, la palabra, que puede producirse la aprehensión de la viva brasa de su esencia. De aquí la afirmación en cuanto a que fábula o invención –por fantástica que resulte– no es más, en último análisis, que el esfuerzo de acomodación de la pupila. (Diego, 2006, p.271)

 

Referencias bibliográficas:

Diego, E.(2006). Ensayos. Selección y prólogo de Enrique Saínz. La Habana: Ediciones Unión, p.271.

 

Notas:

[1] Palabras introductorias al libro de ensayo Eliseo Diego: registro de permanencia. Texto ganador del Premio Nacional Eliseo Diego 2020 en la categoría de no ficción, que se encuentra en preparación por Ediciones Ávila.


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