El Teatro: ese espacio donde podemos morar


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Ilustraciones: Omar Batista

 

El teatro rompe las tensiones diarias: estrés, agotamiento. Es diversión, que tiende puentes donde se difuminan todas las diferencias…

 

Desde pequeño participaba en actividades donde declamaba o participaba en alguna que otra obra escolar, era un momento oportuno para explayar mis energías y también un tanto para alardear con el resto de mis compañeros. En esas edades tempranas sucede así, y pasa el tiempo, uno continúa en el camino del juego teatral y va compenetrándose más, adquiriendo consciencia de lo provechoso y sustancial que puede ser para uno mismo y para una comunidad.

Precisamente ese transcurrir me ha llevado a una interrogante, que puede, y ha tenido de hecho muchas respuestas atendiendo a las perspectivas individuales de cada quien. También, voces autorizadas en estos temas han vertido sus criterios en disímiles espacios: ¿por qué las personas asisten al teatro?

Como esta idea me ronda a cada rato, siempre que me tropiezo con algún texto que me invita crear analogías en el afán de dilucidar esta cuestión, pues le busco las cuatros patas al gato e intento hilvanar las esencias que—aunque no directamente hablen sobre el fenómeno de la percepción teatral– siento que me dan pistas para continuar agregando material a ese tópico.

Por pura casualidad encontré referencias que ineludiblemente me trasladan al hecho de la magia escénica cuando leía el libro La desaparición de los rituales. Una topología del presente, de Byung-Chul Han, destacado filósofo coreano. Cuando las personas de teatro escuchamos el término “ritual”, nos remitimos de inmediato a los orígenes del arte, a la comunidad primitiva y sus primeros atisbos de establecer niveles superiores en su comunicación y comunión como grupo de personas con intereses comunes. En este caso Byung-Chul Han expone una idea medular en su teoría:

“…los rituales generan una comunidad de resonancias que es capaz de una armonía, de un ritmo común…”

En ese caso se comprende que teatro y ritual no pueden escindirse, son inmanentes el uno al otro y por mucho que haya evolucionado el drama siempre existirá un componente de reciprocidad energética muy fuerte entre el actor y el espectador como lo existe entre el chamán y su tribu. Dicha energía con las cargas semánticas que la acompañan produce resonancias, entendidas como esa onda expansiva que se prolonga y penetra en nuestros sentidos, nos posee, nos sacude y nos libera.Esta sensación se recibe no solo individualmente, sino que se esparce en el colectivo asistente, atando los puntos de contacto entre las diversas sensibilidades que asisten a la puesta, se crea una especie de cofradía y bienestar común.

El teatro rompe las tensiones diarias: estrés, agotamiento. Es diversión, que tiende puentes donde se difuminan todas las diferencias y se crea un lenguaje de solidaridad entre los hombres. Dos desconocidos entran a una función, ya sea de teatro, danza…, no importa. Se sientan cerca uno del otro, sus vidas son totalmente opuestas, pero lo que emana de la escena toca la fibra humana de ambos y en ese instante se perciben y se lanzan una mirada cómplice, quizás los dos o todos los que están, acuden para ver la ejecución de un sueño que torna a la vida más interesante, donde se explayan sus anhelos, demonios y palabras reprimidas…, se crea una comunidad sin haber intencionado tal propósito.

El teatro es compañía, complicidad y sostén espiritual; es parte de nuestra forma particular de fluir, es parte de nuestro ritmo, ese que se ha visto entorpecido con el impacto de la COVID 19. Ritmo este que fomentaba la reunión comunitaria y el diálogo en torno a circuitos de programaciones culturales habituales, eventos etc.

Esta penosa situación, nos ha distanciado de esas acciones que alimentan nuestros rituales, desde los más sencillos hasta los más complejos. Las redes sociales crean resonancias ficticias donde la inmediatez cercena la posibilidad de detenernos, reflexionar y crear espacios auténticos de interacción humana. Aquí aparece otro postulado de Byung-Chul Han:

“…el tiempo que se precipita sin interrupción, no es habitable (…), que el tiempo no nos dé la sensación de gastarnos, sino de realizarnos…”

El teatro es esa parada necesaria donde habitamos nuestro propio yo interior y sanamos, es una estancia que resarce el intelecto y detiene el desgaste que impone la rutina diaria, nos reconforta a pesar de lo perturbador que pueda ser algún espectáculo, será porque aun entregándonos al disfrute sabemos que ese acto es una recreación sublime del imaginario del hombre. Cuando interactuamos con el hecho escénico entramos a una dimensión otra por voluntad propia, un estadío que persigue restaurar y a la vez enjuiciar nuestra conducta, es un alto en el atropellado camino de la vida.

Otro elemento que considero importante dentro este libro es cuando su autor comenta: “…la percepción serial es extensiva, mientras que la percepción simbólica es intensiva”. Las dinámicas del mundo contemporáneo impulsan en por cientos elevados a pasar la vista sin detenernos mucho. La premura que exige una sociedad de rendimiento, como lo afirma ByunChul Han, no nos da espacio para más. En este apartado, se toma al neoliberalismo como el marco propiciatorio para esta debacle, pero es un proceso que indudablemente extiende sus tentáculos y cala en el sistema socialista. La propaganda del mercado que exacerba la psiquis te atiborra de suculentas apariencias y van eliminando la capacidad de razonar con claridad, de ahí que el teatro deconstruye la realidad y la transforma en contenidos simbólicos, en imágenes estructuradas, de tal manera que puedes penetrar en el entramado de complejidades de la realidad que te rodea y de la cual a veces —paradójicamente– estás ausente. Así te devuelve la capacidad de tener criterio, algo fundamental para vivir sin sometimientos.

El teatro, conserva la “repetición” entre los rasgos que lo vinculan al ritual. Visto fríamente puede parecer rutina, y esto nos alejaría del acometido que buscamos, donde el acercamiento y la compenetración coadyuvan a explicar el por qué de la pregunta de da origen a este artículo.

Pero hay algo que distingue esta “repetición” de la “rutina” y es que en ella se genera intensidad. Aún en la quietud puede existir intensidad, sin ella nada se logra, sin ella nada se produce, nada nace. El teatro, cada día en la función, se repite como un acto de entrega y desnudez total, de no ser así para mí carece de sentido. Aunque la secuencia que estructura el montaje sea una, los guiños, las relaciones, las “intensidades”, fluctúan en espiral que persigue establecer un vínculo emocional indestructible con el espectador.

La motilidad de los cuerpos de los intérpretes,revelan conceptos que escudriñan en ese gran taller donde se genera el poder de reflexión y de acción del hombre, que es en el proceso de comunión-comunicación entre escenario y platea. El teatro es lugar para el reconocimiento mutuo, es donde a pesar de lo efímero, se capta la permanencia de lo fugitivo. El sentido de “durabilidad” necesita ser rescatado, es otro asunto que aborda el texto La desaparición de los rituales. Una topología del presente.

Para permanecer, para estar, para sentir y poder meditar sobre la vida y sus disyuntivas, para poder ser durables, es preciso morar. El teatro, aun en su violenta muerte y resurrección, que de súbito se dan al abrir el telón y cuando terminan los aplausos, nos da esa posibilidad, nos asegura morar. Su fuerte carga simbólica, axiológica, intelectual y emocional se perpetúan en el imaginario de cada persona, porque en él buscamos trascendernos a nosotros mismos y es asidero para encontrar posibles respuestas y ver surgir nuevos cuestionamientos.

El teatro nos reconecta con los orígenes del convivio social, su propia naturaleza de la cual hablaba en oraciones anteriores, nos va a seducir en toda época y momento. Su verdad, la que expresa desde la sinceridad del hacer de sus fieles, es la que lo hará un arte sempiterno y demandado. Esa demanda la analizo con atención desde hace algunos días, cuando la petición de muchas personas —me incluyo– de que se abran las salas de teatro, es evidente; de que es hora de aprender a convivir responsablemente con esta pandemia.

Una frase se hace recurrente al unir diversas partes de estas opiniones: “que nos dejen ir ya a los teatros para oxigenarnos y no morir por la depresión de este largo encierro en casa”. Para nada creo que este sea un pensamiento descabellado o tremendista. Es que el cuerpo y la mente lo requieren, va más allá de la idea reduccionista del deseo fortuito de salir a pasear a algún lado a “desconectar”. Los elementos que intento exponer, se alejan de un estado emocional caprichoso, ellos patentizan la relación sociocultural latente del arte con la comunidad. Se ha llegado a un estado límite y se reclama el acceso a ese ritual sanador, el teatro, y al que de una forma u otra, todos pertenecemos.

 

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