Ante la tumba de Fayad Jamis


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Seguimos en el homenaje de la UNEAC al ilustre pintor, poeta y escritor cubano de ascendencia árabe Fayad Jamís, a propósito de cumplirse el próximo 27 de octubre, el aniversario 90 de su natalicio. En esta entrega, publicamos la despedida de duelo que le hiciera el poeta y ensayista cubano Roberto Ferández Retamar (1930-2019), el 13 de noviembre de 1988...

Hace treintiséis años, cuando él no había cumplido aún los veintidós de edad, la criatura excepcional cuyos restos venimos a dejar en su tierra definitiva se asomó como una llamarada oscura a nuestra poesía, y ocupó en ella un sitio de excepcional importancia que ya no abandonaría. Fue en aquel 1952 en que, por una parte, el número 32 de la revista Orígenes, y por otra la antología Cincuenta años de poesía cubana 1902-1952, que compilara el poeta Cintio Vitier, se enriquecieron con sendos puñados de versos conmovedoramente auténticos y visionarios, que dieron a conocer al mundo la existencia de una nueva gran voz lírica del idioma. Por si lo anterior fuera poco, alrededor de esa época Fayad se integró al que iba a ser conocido como el grupo Los Once, y ocupó también en nuestra plástica un lugar relevante que mereció siempre. Este insaciable hambriento de belleza la asedió por muchos flancos, desde la adolescencia hasta los últimos instantes de una vida consagrada a la hermosura, al bien, a la justicia, al trabajo, al amor, a la amistad, al sueño, a la verdad.

Puedo decir estas cosas a pleno corazón porque hace mucho dije otras similares, cuando este triste instante que nos reúne parecía, más que remoto, absurdo. Absurda es la desaparición física del Moro —no por esperada menos inesperada—, que deja detenidos libros, cuadros, proyectos a través de los cuales crecía como un árbol múltiple este creador sin reposo. Pero esos libros, aunque truncos, aparecerán, esos cuadros se expondrán, y toda la obra de este extraordinario artista seguirá enriqueciendo a nuevas generaciones que en él encontrarán ejemplo, estímulo, desafío.

Conocí a Fayad Jamís con rostro (y casi edad) de niño, en medio de gran pobreza y de ilusiones mucho más grandes aún. Niño, en lo mejor de sí, no dejó de ser nunca, como le ocurre a los verdaderos artistas, que se resisten a las opacidades de la sofocada adultez. De la pobreza, que tan cruelmente se le aferró, vino a sacarlo una revolución que él abrazó, asumió, encarnó, defendió con todas sus fuerzas. En cuanto a las ilusiones, fueron el perpetuo alimento de aquel niño pobre, del fastuoso hombre que a partir de ayer ya no es él, sino (como se dijo de otro poeta admirable) sus admiradores. Escuchemos este poema suyo, con que termina su libro Sólo el amor:

 

Con tantos palos que te dio la vida

y aún sigue dándole a la vida sueños,

Eres un loco que jamás se cansa

de abrir ventanas y sembrar luceros.

 

Con tantos palos que te dio la noche,

tanta crueldad, y frío, y tanto miedo,

eres un loco de mirada triste

que sólo sabe amar con todo el pecho,

fabricar papalotes y poemas

y otras patrañas que se lleva el viento.

 

Eres un simple hombre alucinado

entre calles, talleres y recuerdos,

un simple hombre loco de esperanza

que siente cómo nace un mundo nuevo.

 

Con tantos palos que te dio la vida

y aún no te cansas de decir te quiero.

 

13 de noviembre de 1988


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