Alex Fleites: la poesía trata de nombrar lo desconocido


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Fue tempranamente seducido por la belleza y las posibilidades transformadoras de la palabra. Poesía y periodismo conviven armónicamente en su quehacer. Quiso ser pintor, y tal vez lo haya logrado sin darse cuenta: porque es capaz de pintar mundos irreales, que afloran en sus versos como trazos de luz. Cuestiona y se cuestiona, convencido de que la crítica es imprescindible para realizarnos plenamente como individuos y como sociedad. Con peculiar sentido del humor muestra realidades que pueden resultar hirientes, y gracias a sus dotes para manejar la ironía,estas llegan hasta nosotros con tintes menos sombríos. Alex Fleites cree que la vocación poética es un misterio, al igual que la poesía. Sin que se haya propuesto desentrañarlo, estas palabras suyas logran derramar un poco de claridad sobre el enigma.

 ¿Crees que la vocación poética tiene que ver con el mundo de la infancia?

La vocación poética es un misterio. Decía Retamar que se nace poeta como se nace jirafa. La vocación poética puede manifestarse en cualquier momento de la vida, o quedarse ahí, latente; o no existir. La infancia es lo más cercano, temporalmente hablando, al mundo amniótico, que es un lugar todo seguridad y, queremos creer, todo belleza. Ese tipo de Arcadia se pierde al nacer, y es una fuente nutricia de la poesía, aunque casi nunca el poeta sea consciente de eso. La poesía, mayormente, versa sobre lo que falta, sobre lo extraviado, sobre lo inalcanzable. Hay infancias felices que no dan poetas y otras, desgraciadas, que tampoco. En los primeros años se cimenta una sensibilidad, de los seres humanos en general y de los poetas en particular, que con el tiempo debe irse perfilando con las vivencias y las lecturas, que también son una vivencias, de las más ricas. Y en ese punto entonces sí es un territorio al que el poeta volverá una y otra vez, pues es una zona mítica, su punto germinativo de poder.

 ¿Qué opinas de los talleres literarios? ¿Influyeron en tu desarrollo como escritor?

Sí, influyeron. Lo más energizante para mi vocación fue el conocimiento de y confrontación con otros poetas, alucinados y sedientos como yo. El intercambio de lecturas, la fraterna rivalidad, ¡la amistad de los poetas, que es algo glorioso! Tuve la suerte de participar en talleres donde el instructor o encargado no sentaba cátedra ni restringía la imaginación, como suele suceder. Los gestionábamos entre varios, y eran democráticos en cuanto a participación y elitistas y sectarios en cuanto a la poesía, que nos parecía, y nos sigue pareciendo, el género más aportador de Cuba a la literatura universal.

 ¿Cómo valoras la generación de los ochenta en la poesía cubana?

Tarea difícil esta, porque es juzgar algo que me incluye. Y no sé si cuando decimos «los ochenta» estamos hablando de lo mismo. Las periodizaciones generacionales son bastante discutibles.

Igual me aventuro. Nosotros heredamos un conversacionalismo absolutamente exterior, muy apegado al mundo material y a la descripción epidérmica del instante, que tuvo sus valores innegables, pero que ya, en ese momento, estaba agotado. No solo nos interesó el drama del hombre enfrentado a la circunstancia histórica, la épica, la mística de aquellos años, sino que pusimos, además, el lente en los conflictos del hombre consigo mismo, con la dura cotidianidad que siempre hemos padecido. Se nos llamó intimistas y otros sustantivos que la crítica dotaba de un matiz despectivo. También se nos miró con sospecha desde las instituciones. Fue una poesía crítica y lírica, con metáforas eficientes y traslúcidas, y ha dejado nombres tan altos como Reina MaríaRoberto ManzanoRamón Fernández-LarreaLuis LorenteSoleida RíosRaúl Hernández NovásÁngel Escobar, entre otros.

Háblame de tu relación con las artes plásticas: inicios, aproximaciones, desempeños artísticos en el plano laboral.

Me hubiera gustado ser pintor. Tengo sensibilidad visual, pero ninguna habilidad manual. Colecciono arte desde niño. Primero eran reproducciones tomadas de revistas, luego obras de mis contemporáneos. Los cuadros me arropan. Me miro a través de ellos. Es lo primero que encuentro al despertar. Disfruto la amistad de los pintores, ir a sus estudios y pasar horas escuchando música y viéndolos trabajar. La poesía es un arte solitario, huraño, que se niega en el proceso de creación a la vista del otro. La pintura, el dibujo, no. Intentamos un poema, no sale, y nos sentimos oscuramente frustrados. Los pintores vuelven a pintar sobre la misma tela que les negó el prodigio. Ahí, pienso, hay una lección de vida.

Esa afición me ha llevado a curar exposiciones, comentar obras de contemporáneos y visitar cuanto museo me sale al paso. No recuerdo que haya estado en alguna ciudad y no haya corrido a los museos como prioridad, aún en medio de trabajos absorbentes.

Por un tiempo coordiné la visualidad de la revista Amnios. Fue una linda experiencia.

 Coméntame sobre la utilidad e importancia del humor en nuestra vida cotidiana.

El humor, más que género artístico, es un estado del espíritu. Desacraliza, critica, hunde la lanza en el absurdo y en la penuria cotidianos. Desde el punto de vista fisiológico se ha probado suficientemente lo beneficioso que es reír: puede, entre otras cosas, aliviar el dolor crónico. Jodidos estaríamos, si no pudiéramos encontrarle el lado gracioso a la adversidad. Y de adversidad sabemos bastante.

Ahora recuerdo un «poemítico» de Efraín Huerta, que voy a parafrasear: «Solo a fuerza de humor deja uno de ser un humorista a la fuerza».

Desde tu condición de poeta ¿ves probabilidades de mejoramiento humano sin pensamiento crítico?

No, ninguna. La crítica le interesa a quienes quieren sinceramente mejorar al «hombre y sus circunstancias». Hemos ejercido, como sociedad, mucha crítica y autocrítica falsa. Cuando se entienda la bendición de contar con un aparato crítico y actuante nos pondremos camino a la redención. Lo consustancial a la vida es el cambio, el movimiento. Lo estancado, lo inamovible es la muerte. La crítica aspira a la perfección inasible, a la lúcida utopía.
Decía Eliseo que «la poesía es el acto de atender en toda su pureza». Y de eso se trata, de estar atentos, de evadir el dogma, de cuestionar y cuestionarnos en absoluto estado de lucidez, atentos.

El enigma ha acompañado siempre la existencia humana. ¿Cómo relacionas la poesía con el misterio?

La poesía trata de nombrar lo desconocido. Se trasmuta en misterio para intentar desentrañar el misterio. Es inefable la poesía y por eso intenta atrapar lo inefable. Es más importante lo que el poeta pregunta que lo que afirma. La vida y la muerte son los grandes enigmas. Con ellos transcurrimos y sobre ellos escribimos. Un mundo donde todo haya sido explicado sería, al menos para mí, invivible.

El periodismo y la poesía: dos ejercicios basados en la palabra que son vocaciones sostenidas en tu destino. ¿Cómo las asemejas y diferencias?

Son dos actividades bastante distantes entre sí. El periodista describe, revela, informa, denota; el poeta connota, habla del misterio implícito, dialoga con el otro a una profundidad que es muy difícil –si no imposible—de normar: comparte sus estremecimientos.
El periodista provee de alimento (literal) al poeta; de la poesía no se puede vivir. Es su principal problema y su principal virtud, pues como nadie la paga, tampoco se puede instrumentar. He sido un hombre afortunado: siempre trabajé en oficios apasionantes.

¿Cuál es tu parecer sobre la relación política-poesía?

Desde Platón a la fecha, somos animales políticos.El poeta es «un hombre común» (pequeño homenaje a Domingo Alfonso). Es decir, tan común como cualquiera que padezca hiperestesia, aunque no ejerza ninguna de las artes. La idea del poeta en su gabinete de cristal, ajeno al mundo exterior y sus resonancias, es trasnochada, falsamente romántica, tonta. La poesía puede ser política, incluso, por omisión, porque todo gesto humano tiene una significación política.
Vivo en conflicto con mi realidad. ¿Quién no? Ya eso es una actitud política. No escribo poemas expresamente políticos. Creo que fue Eluard quien dijo que en el poema debían coincidir las circunstancias de la razón con las circunstancias del corazón.
Como hago periodismo, ahí van a dar mis circunstancias de la razón.

 ¿Tienes alguna definición para la poesía, aunque sea aproximada? Si no la tienes, ¿con cuál definición ajena te identificas más?

Por su naturaleza, la poesía es renuente a ser definida. Piensa que toda definición fija, inmoviliza, y la poesía es movimiento puro. Se han dicho cosas muy buenas sobre la poesía, pero que no atrapan del todo su esencia. Me gustan muchas. Hoy recuerdo una de Juan Gelman. Él dijo que la poesía es un árbol sin ramas que da sombra. Me parece que alude al carácter contradictorio de la poesía y, a su vez, a la piedad que de ella se desprende.

Nota: La foto fue tomada por Álvaro Fleites, hijo del poeta.

Alex Fleites (Caracas, Venezuela, 1954). Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Poeta, narrador, editor, periodista y curador de arte. Premio Nacional de Poesía Julián del Casal (1981) y Premio de la Crítica (2020). Aparece antologado en importantes colecciones de poetas cubanos editadas en la Isla y el extranjero. Algunos de sus poemas y trabajos en prosa han sido traducidos al ruso, francés, búlgaro, servio, italiano, alemán, portugués, inglés, moldavo, chino, finlandés, cebuano y vietnamita.Es autor, entre otros, de los poemarios Ángel con ala rota (2020), Un perro en la casa del Amor (2004), Ómnibus de noche (1995), De vital importancia (1989) y A dos espacios (1981), todos publicados en La Habana. La violenta ternura (Ed. Letras Cubanas, 2006) es una antología personal de lo más significativo producido en treinta años de ejercicio poético. Alguien enciende las luces del planeta (2015) es el título de otra nutrida antología publicada por la Universidad Veracruzana. Su libro de relatos Canta lo sentimental apareció en 2011 bajo el sello editorial de la Universidad Veracruzana, México, y la segunda edición vio la luz en la colección Contemporáneos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 2012; este título cuenta, además, con una edición española: Guantanamera, 2016.


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