Al son de Adalberto y la Aragón


al-son-de-adalberto-y-la-aragon

Adalberto Álvarez.

Este disco tiene muchos puntos en común con la historia de los rones cubanos o de las mejores marcas de tabaco por las que somos conocidos. Tras él están las manos, la paciencia, la sabiduría y el dominio de la tradición de “los maestros”.

En el siglo XIX, en su segunda mitad, surgieron las primeras marcas de ron y de tabaco que han llegado hasta nuestros días. Fue un proceso que demoró al menos unos cincuenta años en cristalizar y que tuvo sus primeros destellos en Santiago y La Habana, simultáneamente. Durante ese periodo de tiempo fueron madurando y encontrando puntos de contacto —una suerte de noviazgo platónico— a la vez que desarrollaban sus propias personalidades. Personalidades que se expresaron en eso que conocemos como marquillas y etiquetas; a la vez que desarrollaron un arte hoy olvidado: la litografía (su equivalente a lo que en música es la discografía).

Tal fue la interrelación lograda que ha llegado a nuestros días la tradición de aceptar que a cada tipo de ron, corresponde una vitola de tabaco. Y en ese proceso de decantación e inclusión se fue llegando a un tope que marca lo mejor de lo mejor. Eso que los entendidos llaman “la perfección o la exquisitez total”. Y es que hemos conocido y disfrutado tantas marcas de ron y vitolas de tabaco como ritmos e intérpretes hemos tenido y tenemos.

Sin embargo; esta obra perfecta –y perfectible como toda obra humana— tiene sus luces y sombras. Sus grises, esos que convocan una y otra vez a los mejores entendidos a descifrar qué genera esos destellos de imperfección. Esta grieta estructural, este rompimiento, no es más que la expresión dialéctica de eso que llamamos evolución, o simplemente vanguardias en el caso de la música.

Con estas premisas y otras menos pretensiosas; es que nace este DVD. Sus actores fundamentales: la orquesta Aragón y el conjunto de Adalberto Álvarez.

Orquesta Aragón.

A simple vista, y escucha, se trata de los dos formatos musicales determinantes en el mundo de lo popular bailable: la charanga y el conjunto. Y si nos remitimos a su impronta en la cultura nacional entonces no es festinado decir que se trata de la mejor charanga de Cuba y la orquesta del último renovador del son en el pasado siglo.

Astrológicamente el número cabalístico que define a la música cubana es el diez, y no el siete como en el resto de las proyecciones y predicciones. Algo parecido sucede en cuanto a la historia del tabaco y el ron. Siempre hay un lapso –casi exacto— de diez años en cada una de sus secuencias evolutivas.

En 1939 el cienfueguero Orestes Aragón funda su orquesta en pleno auge de las danzoneras al estilo de la orquesta de Antonio María Romeu que tenía como cantante a Barbarito Diez; su primer nombre Rítmica 39. Se cuenta que su modo de hacer los danzones le ganó el favor de todos los bailadores del centro de la Isla.

Diez años después, en 1949, cuando ya su nombre oficial es Orquesta Aragón, en La Habana nace Adalberto Cecilio Álvarez Zayas. En ese momento ya el danzón había dado un salto cualitativo trascendente: primero con la orquesta del flautista Antonio Arcaño y su “danzón de  nuevo ritmo”; con todas las polémicas que desataría en el futuro por eso que se llama “el mambo”. Pero igualmente ya entre los bailadores era conocido el danzón Central Constancia, del violinista Enrique Jorrín y al que se considera el primer chachachá.

Y para darle alegría al cuerpo Dámaso Pérez Prado se las arregla para “inventar el mambo” y don Miguel Matamoros causa furor con su conjunto en México en el que canta el, por ese entonces, desconocido Benny Moré.

Sin embargo; harán falta treinta años para que los caminos musicales de la Aragón y Adalberto Álvarez comiencen a transitar en paralelo dentro de la música cubana. Los primeros, al consolidar el decir sonero desde el sonido y la impronta de la charanga, en el mismo momento en que la salsa –eso que alguien alegremente llamó “el necesario hijo prodigo de la música afroantillana”— se convertía en la forma de expresión de una generación de hombres y mujeres que sueñan en son, bomba, plena, mambo y rumba; mientras que el segundo se aventuraba a redefinir conceptualmente el son de su tiempo.

Generacionalmente Adalberto es hijo de la salsa, pero espiritualmente es un sonero como pocos. Y en sus células madres está el sabor y el embrujo de la orquesta Aragón.

Para bien de la música cubana el hacer de estos dos colosos, no excluyente como alguna vez alguien quiso afirmar. Adalberto es sonero de nacimiento, filiación y vocación. El son es la forma por excelencia de expresar su religiosidad cultural. La Aragón es el monte Everest del son y la música cubana; o para decirlo con palabras dignas de un literato: todos los caminos musicales de Cuba conducen a ella.

Analogía necesaria. Son el buen ron y una buena vitola. Maridaje perfecto.

Este DVD y el correspondiente fonograma que se habrá de editar, algo que considero necesario y obligado; son, desde una perspectiva histórica, parte importante de un ciclo vital dentro de la música cubana y de la que poco se ha estudiado y difundido: las relaciones espaciales y musicales entre el sonido de la charanga y del conjunto en estos tiempos; sobre todo cuando lo que prolifera en el panorama musical cubano son los formatos al estilo jazz band cubanizado. Hay una deuda con quienes en los sesenta y setenta se apropiaron de estos formatos y aportaron elementos poco difundidos.

La Aragón mantiene su lealtad al matrimonio violines/flauta; mientras que Adalberto además de las trompetas rinde culto al trombón –el fantasma del conjunto Roberto Faz de los años sesenta ronda muchas veces en sus presentaciones; y no es para menos, ese acto revolucionario ocurrió mientras estudiaba música en la ENA y se aventuraba a ser parte y a dirigir una charanga—, juega con las trompetas y ahora confiesa su amor al saxofón.

Pero esta propuesta va más allá. Es un regalo de cumpleaños que se hacen los dos protagonistas de este material. La Aragón celebrando sus ochenta y Adalberto sus setenta. Esos diez años que les separan y a la vez le unen.

Me atrevería a afirmar que ellos son dos de las marcas más trascendentes, necesarias y apetecidas de la música cubana. Lo mismo que ciertos rones y tabacos –o debemos llamarle vitolas—, han logrado un maridaje que les trasciende, que nos convierte en adictos a su forma de hacer el son. Una adicción que nos lleva a militar por momentos en bandos diferentes; pero una vez que aceptemos el reposo del guerrero, amaremos y nos sentiremos orgullosos de tenerle como parte de nuestras vidas.

Reposo en el que es lícito disfrutar un largo trago de su ron preferido, ver ascender el humo de un buen habano y sin importar el comentario ajeno, tirar un pasillo; bailar hasta desfallecer.

Confíe en lo que le digo. Palabra de bailador.

 


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte